La Voz De Galicia [Es]: Guille Milkyway Interview
En marzo de este año entrevistamos a Guille Milkyway de La Casa Azul en el Fugas. ¿El motivo? Si intervención en el festival FIV de Villalba. La entrevista, por cuestiones de espacio, se publicó extractada y ahora la recupero para Retroalimentación. En ella el autor de Cerca de Shibuya alza la bandera de la emoción y la falta de prejuicios en la música. Un soplo de aire fresco en el sobreanálisis y el callejón sin salida en el que, a veces, termina una parte del público y la crítica musical.
-Parece que la especialidad de La Casa Azul se la de dar directos festivos, dibujar una sonrisa de oreja a oreja y hacer sentir a la gente en estado de plenitud total. ¿Lo ve así?
-Mmm… no tengo ni idea. No es que tenga una intención súper clara de que la gente sea feliz o algo así. Creo que sería hasta presuntuoso por mi parte. Entiendo que, siendo un grupo que en escena se sale de la cosa estándar de cuatro o cinco músicos tocando que hemos visto a lo largo de la historia del rock, que además todo esté aderezado de otros elementos y que se respire cierta artificialidad querida y buscada, a lo mejor hace que a la hora de pensar qué es lo que busca La Casa Azul surjan estas cosas que dices. Pero yo creo que la sensación de supuesta exaltación festiva responde más al efecto de las canciones en sí que a otra cosa. En cualquier caso, siempre he tenido muy en mente que las personas se sientan identificadas con las letras de La Casa Azul. Que esas personas puedan vibrar en su interior con ellas de forma íntima en su casa, pero que también lo puedan hacer de una manera más colectiva en un concierto. Tampoco veo en mí mucha diferencia a lo que persiguen la mayoría de los grupos de rock y de pop. Nosotros sí que es cierto que estamos un poco al límite con este tema de la épica y se hace todo exagerado.
-Se lo comentaba por mi experiencia personal. Es difícil encontrar tanta felicidad y tanto entusiasmo en el público como en un concierto suyo.
-Yo lo que percibo es una empatía muy fuerte con las canciones. Mucha de la gente a la que le gustan nuestras canciones se siente muy identificada. Yo no lo busco, me daría miedo, pero veo que esta forma de aproximarse a la realidad, más o menos costumbrista, llega. Al final con las cosas sencillas, si no pecan de trivialidad, se logra una empatía con la gente muy fuerte. Pero supongo que es una mezcla de todo. A mí siempre me ha gustado la parte más euforizante en la expresión del pop. E intento utilizarla, sí.
-En su último disco incluye una canción titulada “¿Qué se siente al ser tan joven?”. Parece que, como en tantos otros grupos, se note el ingreso en la edad adulta de La Casa Azul.
-Me lo ha dicho mucha gente. Sabía, cuando la escribí, que corría el riesgo de que fuese considerada como un ejercicio de nostalgia de un tiempo mejor. No era mi intención exactamente. El matiz es importante, porque yo suelo siempre estar en la cuerda floja en este tipo de cosas. En los últimos años me he rodeado de gente mucho más joven que yo. Viendo la energía con la que trabajan y cómo sienten las cosas al límite, me daba rabia el no recordar cómo me sentía yo con esa energía. Entonces me entró la duda de si, realmente, yo había sentido alguna vez eso ahora que ya se me había pasado el tiempo de esa efervescencia vital, o si era algo que había olvidado. Ahora yo me siento bien, tengo el equilibrio que he ido buscando durante mucho tiempo y no tengo una nostalgia especial por el pasado, como a lo mejor sí me ha pasado en otros tiempo. Pero sí que esa especie de vacío y duda emocional que me ha hecho sentirme inquieto durante algún tiempo. La sensación era como si tuviera un accidente y olvidase cosas que han pasado a lo largo de mi vida. Por ejemplo, recuerdo muy bien cómo era cuando era un niño pero, sin embargo, no recuerdo cuando era adolescente. Ahí hablaba de eso.
-Hay autores como Alex de Cooper que reivindican un pop para adultos al margen de tomarle el pulso a la adolescencia. ¿Usted se ve en ese plano?
-Mmmm… podría sentirme identificado, pero no lo asumo como una reivindicación, ni nada por el estilo. Pienso que el concepto de la música pop como una experiencia vital, eso de la vida total de los mods, se asocia a la juventud por cómo ha sido la historia. Pero lo cierto es que yo, desde muy joven, no lo he concebido como algo ligado a la edad. Vamos, que no es que yo me ponga a reivindicar ahora el derecho a tener 40 años y seguir haciendo música pop. Creo que cambia la experiencia vital, pero en mi caso particular creo que no ha variado mucho mi manera de expresar y de escribir. Puede que cante sobre otras cosas, pero lo hago de una manera muy similar a como lo hacía hace tiempo. Si, de repente, sucedieran cosas como en el pasado en plan que yo me enamorase locamente, es posible que la forma de hablar de eso fuese bastante similar a la de hace 20 años. La verdad es que no le doy muchas vueltas. Ese peso de la historia de la música pop me da un poco de pánico. Me refiero a verme como una persona mayor intentando ser joven. Eso no me interesa para nada. Todo se limita a utilizar lo que sabes para hablar de las cosas que te interesan.
-En su música subyace siempre la idea de escapismo. Lleva a otro mundo en el que desconectar con este. ¿Continúa siendo un valor para usted?
-Sí, me interesa mucho. Eso sí que es algo que encuentro muy reivindicable. Creo que la idea del escapismo en sentido amplio es generalmente menospreciada. Se asume como algo cobarde y triste, una persona que se refugia ahí parece que no tiene demasiado valor. En mi caso es algo que me ha ayudado mucho a conseguir el equilibrio emocional, algo muy sano. En mi vida tiendo a la evasión y, después de un tiempo sintiéndome culpable por ello, pues he llegado a un punto que no. Recuerdo cuando grabé este disco que me decía a mi mismo: “No pasa nada”. Si me he saltado otras cosas que culturalmente nos hacen sentirnos culpables, ¿por qué no hacerlo con esta? No es una idea que tenga muy trabajada, pero sí que es algo que no me da mucha vergüenza decirlo.
-Al respecto hay quien dice que es una actitud cobarde e, incluso, de derechas. ¿Cómo lo ve?
-Eso son ideas preconcebidas. Todo es compatible. Los absolutismos, en ese sentido, me interesan, pero me resulta muy difícil llevarlos a cabo. Yo admiro mucho a la gente que no tiene conflictos morales internos con las cosas, porque entiendo que es un grado de crecimiento personal muy elevado. Aspiro a eso, a no tener conflictos con mis ideales, mi ideología, mis acciones ante la vida. Pero los tengo. Tengo conflictos y procuro proceder según lo que pienso, pero hay momentos en los que no soy capaz de hacerlo. Además, lo que te decía antes: todo puede ser compatible y creo que ahí aparece la belleza del asunto. La música pop, en general, se asocia a algo ligero, a esa postura de ver la vida pasar y no involucrarse. No es verdad. Es compatible bailar y cantar acerca de la revolución de forma festiva. Es algo que me interesa. A lo mejor aquí no ha habido mucha cultura de eso, pero en Inglaterra hay cientos de casos de grupos que usan ese aspecto festivo y escapista del pop para hablar de otras cosas. Yo soy una persona que, a lo mejor, para decir lo que pienso sobre el mundo me sentiría muy seguro e hilaría de manera muy precisa sobre cuál es mi ideología política, pero a la hora de actuar me doy cuenta que entro en conflictos continuamente. Eso me parece humano y a pulir, seguramente [risas].
-Aparte de la evasión y el escapsimo, hay otra seña de identidad de La Casa Azul: el barroquismo. Escuchándole parece que no puedan caber más instrumentación. ¿Es algo que le gusta especialmente?
-Pues sí, para qué negarlo [risas]. No lo considero ni una virtud ni lo contrario, simplemente es un gusto. La Casa Azul lo concebí de un modo en el que el aspecto barroco iba a ser un pilar básico del grupo. Me interesaba mucho mezclar las cosas, dejar clara la falta de perjuicios y la sobreexcitación a nivel formal. Muchos de mis productores y discos favoritos tienen ese punto de exceso en la producción, que además resulta muy bonito. Muchas veces se habla del muro de sonido de Phil Spector y a mí no es que me guste todo lo que haya hecho, ni tenga una devoción ciega, pero sí que es cierto que esa idea de muchas cosas a la vez tocadas muy fuerte me encanta. Una vez leí que le preguntaban por el secreto de las baterías. Él decía que no lo había, que simplemente le pedía a los bateristas que tocasen lo más fuerte que pudieran y muchas veces dos o tres veces Esa cosa un poco excesiva de que cienmil cosas terminen siendo una me interesa mucho. Me gusta mucho la gente que usa esa idea en distintos géneros.
-En todo momento da la sensación de que la frase “el pop me salvó la vida” está hecha para usted. ¿Es así?
-Bueno… yo lo llevaría a la música en general. Muchos de mis discos favoritos son de música pop, pero escucha música de todo tipo y de géneros muy dispares. Sí, aunque puede que suene un poco a cliché eso de “a mí la música me salvó la vida”.
-Es un cliché maravilloso, en todo caso.
-Sí, claro, porque es algo que se dice mucho sientes un poco que tienes a escapar de ello. Pero yo te puedo explicar que, en mi caso, en momentos muy difíciles de mi vida los he conseguido sobrellevar gracias a la música. Eso es así. Directamente tengo asociados algunos discos como salvadores. Es una suerte. Siempre me pregunto ¿y quien no tiene esto qué hace? Es que yo me planteo no tener la música ahí y creo que me hubiera sentido muy desgraciado.
-Hábleme de alguno de esos discos “salvadores”.
-Hay muchos, pero yo recuerdo una vez que estaba escuchando el primer disco vocal de Chet Baker, el Chet Baker Sings. Fue hace muchos años, en un momento súper bajo de mi vida. Me pasé una noche entera escuchándolo todo el rato sin parar. Estaba solo en casa, lo tenía muy alto. Pensaba que daba igual que vinieran vecinos porque no era una música muy desagradable para nadie. Realmente me levanté por la mañana, tras una noche sin dormir, como nuevo. Como si hubiera dormido 10 horas seguidas y al día siguiente vieras que brilla el sol. Seguramente sea como tomarte un antidepresivo. Te ayuda a saltar el pozo y tirar para adelante. De estos momentos tengo muchos.
-¿Cuál es su primer recuerdo musical?
-Buff, qué difícil. Tengo muchos. Hay recuerdos aislados de canciones y grupos infantiles como Parchís. Pero hay un momento en mi vida muy bestial, con 10 años: la primera vez que escuché una canción de los Beatles. Fue Help y resultó algo tremendo. También tengo recuerdos entremezclados de ir en el coche de mi madre escuchando a Julio Iglesias. Todo eso me dio un filtro particular, en el que siempre he puesto todo al mismo nivel. Es decir, nunca he pretendido que una cosa fuera más respetable que otra. Me parecía que estaba al mismo nivel Help que Julio Iglesias.
-¿De quién era fan? ¿Qué grupo le volvía loco?
-Muchos, Siempre fui muy desprejuiciado. De adolescente escuchaba igual a La Polla Records y Kortatu que a los Hombres G o Aerolíneas Federales. O Siniestro Total, America y Alan Parsons. Lo escuchaba todo con la misma edad y al mismo nivel. No he sido nunca fanático de algo excluyendo a todo lo demás, que es algo muy adolescente. Por eso tengo la sensación de que se me pasó esa cosa de vivir todo al límite. Siempre he recibido todo en tromba. Yo tenía esos recopilatorios que te hacías tú mismo en casete y ahí salía una canción como Revuelta en el frenopático y, cuando se acababa, una de Tom Jones.
-Seguro que a mucha gente le chocará saber que usted fue un fan de Kortatu en su adolescencia.
-Bueno, supongo que eso son ideas preconcebidas por lo que hago. Cuando yo veo a alguien hacer un determinado tipo de música no interpreto que solo escucha música parecida. En cualquier caso, el aspecto vital que me gusta en Kortatu era muy evidente. A mí también me encantaban los Housemartins y, aunque a nivel formal pueden ser muy distintos a Kortatu, en lo vital no. Me siguen gustando mucho.
-Si le sirve de consuelo, a mí me ocurría algo parecido. Yo con 13 años escuchaba a Mecano y a Kortatu a la par.
-Sí, claro. A mí el primer disco de Mecano me encanta. Es algo que no veo ni bien ni mal, que cada cual se acerque a la música como quiere. Pero creo que es algo sano. El prejuicio en general es algo muy artificioso y contraproducente. Abandonar esa cosa infantil de la visión muy pura y ligada a lo emocional del arte, hace que te pierdas muchas cosas. A mí me pasa, que aunque pretenda no tener prejuicios, seguramente los tenga. Yo entro, por ejemplo, en un museo con mi hija y ella se queda parada delante de un cuadro sin saber nada de él. Le alucina, por lo que sea, mientras que a mí se me habría pasado. Esa visión respecto al arte creo que es esencial mantenerla y aspirar a ella. Seguramente yo sea incapaz ahora de disfrutar un disco de un modo tan intenso como antes, pero no quiero ni pensar cómo debe ser teniendo los prejuicios más sólidos.
-Hay una sensación muy generacional para los que pasamos de los 35 y llevamos escuchando música desde críos. De niños teníamos una visión muy pura a la hora de acercarnos a la música. Luego viene la adolescencia en la que quieres reafirmarte vitalmente eligiendo un camino y descartando otros. Pero llega una edad en la que intentas volver a la casilla de salida, sin llegarlo a conseguir al cien por cien.
-Sí, tengo esa misma sensación. Me da mucha rabia. Yo quiero ser muy transparente a la hora de escuchar música. A mí me pasa una cosa, no sé si le pasa a más gente. Hay cosa que tengo muy claras, aunque luego no ejerzo. Por ejemplo, yo siempre he defendido que lo importante era la obra y no el artista. Pienso que eso es esencial para acercarse a la música con esa actitud de la que estamos hablando. Escuchas lo que escuchas y te tiene que importar tres carajos quién lo haya hecho. Porque, a lo mejor, fue un auténtico capullo y en cambio lo que hace es maravilloso. En ese sentido, la historia del arte está llena de capullos que han hecho cosas muy emocionantes [risas]. Sin embargo, cuando escucha algo me entran ganas de saber quién lo ha hecho o, incluso antes de escucharlo, que preguntas ¿pero quién es? Porque quieres ir más seguro en la escucha y no hacer eso de “no, no, yo te la pongo y tú me dices si te gusta o no”. Por otra parte, me apasionan las biografías de músicos y de historia de la música. Ahí hay una gran incompatibilidad. Mantener esa separación.
-¿Se reconoce a sí mismo cuando escucha “Cerca de Shibuya”?
-En general, no soporto escucharme. Cuando canto en directo solo logro sentirme identificado con unas pocas canciones de lo último que he hecho. No tengo pudor alguno a la hora de cantarlas. Me veo a mí hace algún tiempo y me siento digno. Pienso que cada cosa tiene su tiempo. Esa canción en concreto es un canto a la evasión. Ahora no me siento identificado con la forma en la que está escrita, pero sí que me siento en su expresión musical y melódico. Entonces obvio un poco lo otro y ya está [risas]. De todos modos, insisto, me cuesta mucho escucharme porque creo que pocas veces he conseguido expresar lo que realmente quería.
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