Rockdelux [Sp]: Concert in Sant Cugat [29-6-2012], Review
La Casa Azul entró en un espacio denostado, el de la fiesta mayor, y lo hizo dándole un barniz renovador. Foto: Ismael Llopis
YO LO VI, YO LO VI (2012)
LA CASA AZUL
Arte menor en la fiesta mayor
Por Nando Cruz
La música popular no se puede definir como tal a menos que haya pasado el examen definitivo: triunfar en una fiesta mayor. La Casa Azul actuó el pasado 29 de junio en su ciudad, Sant Cugat del Vallés, y demostró que su espectáculo no solo es el más didáctico y ameno que se pueda ver hoy, sino que su vocación sinceramente universal lo convierte en una saludable medicina pop para los tiempos que corren. Y es para todos los públicos, sí.
El melómano selecto repudia los conciertos de fiesta mayor porque atraen a un tipo de público al que ni siquiera le interesará el grupo que actúa. Ya se sabe: el recinto se llena de muchedumbre y la comunicación entre artista y fan queda adulterada por la molesta presencia de seres curiosos pero ajenos al ritual. Vamos, lo mismo que pasa en los grandes festivales, pero en un ambiente aún más variopinto y, por lo tanto, mucho más incómodo.
El otro día, en la fiesta mayor de Sant Cugat, contrataron a un artista local: La Casa Azul. Guille Milkyway actuaría a escasos metros de su casa y a pocas calles de su estudio de grabación. Allí lo vería la dependienta de la frutería que cita en “La vida tranquila” y, quizá también, algunos de los directivos bancarios que le denegaron el crédito que pedía para comprar las pantallas que hoy utiliza. Material indispensable para un espectáculo sin parangón en el pop independiente español. Un montaje modesto pero muy vistoso, que esa noche cazaría por sorpresa a todos los allí presentes. Un orgullo para este país sí, pero también un beneficio para sus vecinos.
Minutos antes de empezar el concierto, una chica sentada en la grada confesaba no saber quién actuaba. En cuanto los altavoces bombearon “Los chicos hoy saltarán a la pista”, empezó a aparecer gente desde todos los rincones del pulido parque de Ramon Barnils. Sant Cugat es una adinerada ciudad cercana a Barcelona. Aun así, se arremolinó público bastante dispar: hijos de inmigrantes latinos y cuarentonas repijas, todas tus amigas y los chicos malos, adolescentes en celo y padres custodiando el carrito del bebé, matrimonios de avanzada edad y niños jugando en los columpios, lateros y botellón. Todo lo que puedas encontrar en cualquier ciudad española.
Guille Milkyway salió con miedo. En el parque solo tenía el 50% de auditorio a favor. Foto: Ismael Llopis
Definitivamente, el ambiente “no era suficien-te-men-te in-die”, pero esa noche Guille cantó para todos. Para los gays que le increpaban: “¡Deja ya a la Silvia!”. Para el adolescente descamisado que gritaba: “¡Jelly Jamm, Jelly Jamm!”. Para el moderno graciosillo que pedía: “¡La de Nesquik!”. Guille Milkyway salió con miedo. Como la mayoría de músicos de su edad y perfil, está demasiado bien acostumbrado: el público se lo aplaude todo y en el parque solo tenía el 50% de auditorio a favor. Al resto se lo tenía que ganar y esa parte del oficio casi está en desuso porque los conciertos se han convertido en cotos privados en los que coinciden durante dos horas gente que sabe lo que va a recibir y artistas que saben lo que deben ofrecer. En ese ring la interacción es escasa y se libra antes del concierto: en taquilla.
Pero el directo de La Casa Azul es pop en el sentido más generoso, sincero, multicolor y entusiasta de la expresión. Es medicina pop contra las dolencias cotidianas. Una chica que llegó arrastrada por sus amigas, a los tres minutos ya sonreía agradecida, bailaba desenfrenadamente y gritaba: “¡Me molan mucho!”. Aunque se hubiese resistido, habría sucumbido, como el resto, ante la desacomplejada versión del “Take On Me” de a-ha, momento en el que quedó claro que la mayoría de público conocía más el single de los noruegos que cualquiera de los que haya publicado el catalán.
El público fue conquistado ahí mismo. En riguroso directo, minuto a minuto, gracias a las propiedades euforizantes, escapistas e indignadas de tan deslumbrante espectáculo. No es tan raro, ya que su música no exige conocimientos previos. Sus ritmos disco y sus violines rompecorazones entran directos. Quien necesite un empujoncito más, ahí tiene un envoltorio visual de lo más llamativo. Y quien pretenda ahondar en El Concepto, solo encontrará a un Woody Allen pop que exprime su hipocondría emocional hasta límites autoparódicos, a un chaval enamorado de la música que, como explicita encabritadamente en “La fiesta universal”, se declara enemigo del clasismo mal entendido que propugnan los muy entendidos.
Pero el directo de La Casa Azul es medicina pop contra las dolencias cotidianas, la suya y la de todos. Foto:Ismael Llopis
"Deja que me crezca
Me apasiona exagerar
Hoy preciso recrearme
En mi pueril vulgaridad
Y desatar la ingenuidad
Redimir la complacencia
Sortear la decadencia
El despotismo intelectual
Y retornar a la anarquía popular
¡Que viva el arte menor!".
La Casa Azul entró en ingenua tromba en un espacio, el de la fiesta mayor, denostado desde que la música en directo es un gran negocio, y lo hizo dándole un barniz renovador. (Por cierto, lo mismo que logró cuando se presentó a Eurovisión). Y es que su celebración de la música popular, de los Ramones a Acqua, solo puede adquirir una dimensión completa cuando sale del corralito indie. El arte menor solo será verdaderamente popular en la fiesta mayor. Y esa noche, a golpe de bombo y color, con un dispositivo ameno y culto, lúdico y didáctico, sus trescientos seguidores llevaron en volandas al resto de asistentes. Fue un diálogo a tres bandas (artista, fans y curiosos) que enriqueció por igual a unos y otros.
Los conciertos de fiesta mayor aún no son víctima de los vicios que los festivales y salas ya han calcificado. De entrada, aún conservan el factor sorpresa: esa gratificante sensación, para el espectador accidental, de no saber qué va a encontrarse y salir de allí visible y sinceramente desbordado. Y al final del concierto, decenas y decenas de espectadores se acercaron al camerino de Guille. La inmensa mayoría le confesaron que nunca antes lo habían visto actuar. Lo decían con esa mirada vidriosa del que ya jamás olvidará aquella noche. No existe mayor gratificación para un artista pop.
Pero, más vital aún, la fiesta mayor facilita una transversalidad cada vez más escasa en la música. En las salas y festivales vivimos experiencias cada día más domésticas y envasadas, cercadas por normativas de todo tipo y en las que la posibilidad de una verdadera interacción social está muy coartada, pues todos los allí reunidos respondemos a perfiles homogéneos. Es algo que ocurre en la inmensa mayoría de géneros musicales y es una pena porque solo hay algo más reconfortante que verte rodeado de mil personas como tú disfrutando con tu canción favorita: verte rodeado de mil personas tan distintas a ti pero disfrutando, también, con tu canción favorita.
Eso, y solo eso, es la fiesta universal.
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