Diario El Mercurio [chile]: "La Polinesia Meridional" review
Que Guille Milkyway —la "identidad" tras La Casa Azul— sea uno de los compositores más aventajados del pop hispano es una obviedad. Desde la irrupción del ep El sonido efervescente de La Casa Azul (2000, Elefant) hasta el algo subvalorado La revolución sexual, el músico patentó un estilo heredero del sonido de los sesenta, al mismo tiempo que de la música dance o el pop japonés. Pero también patentó una ética cancionera escrita desde el territorio del adolescente tardío que escucha discos encerrado en su pieza y que, por todos los medios, necesita adaptarse a la realidad. Lo que en verdad sorprende en La polinesia meridional es su voluntad por reinvindicar al baile como el único refugio en el cual sentirse libre —y, por qué no, inmortal—, al punto de comprometer su voz, las melodías (magistrales, por momentos) y los arreglos en pos de un ritmo machacante, adictivo e imposible de no seguir con los pies.
Es este marco, descaradamente bailable y ruidoso, el que camufla textos que hablan del miedo a la gente ("La vida tranquila"), el fraude de las mujeres autosuficientes ("Todas tus amigas") o la crisis de la economía neoliberal ("Europa superstar", "Sálvese quien pueda"). De hecho, la discografía oficial de La Casa Azul puede interpretarse como un ensayo sobre el fin de la juventud. El sonido efervescente... era una colección de postales de ese sentimiento de excepcionalidad típicamente adolescente. El personaje de las canciones se siente especial por gustar de Woody Allen, salir al parque a comer galletas, tomar café o conocer a Brian Wilson. En Tan simple como el amor (2003) el muchacho confirma lo anterior, al lograr que se enamoraran de él para luego desenamorarse y terminar furioso de haber actuado "como un fan", precisamente el título de un hit. En La revolución sexual (2007) nuestro amigo —como el Antoine Doinel, de "Besos robados"— se va de fiesta, se mete en los bares y reconoce que su vida, a ratos, es "como una cerveza sin alcohol".
Así, La polinesia meridional se estructura a partir de esa tristeza —que algunos psiquiatras llaman "post-coital"—. En "La vida tranquila", el personaje declara que a las 6:30 de la mañana, antes de ir a trabajar, se aburre en un café leyendo la prensa. Curiosamente el mismo escenario que utilizaba para sentirse "especial" en el primer disco. Tampoco es casual que ésta sea la primera producción donde la banda falsa que armó —al estilo de The Archies— haya desaparecido. Ahora estamos, en cierto sentido, frente a frente con Milkyway, sin intermediarios. Algo que ha indignado a los viejos fans que todavía esperan un disco que celebre el (des) enamoramiento y la inocencia.
El mismo compositor fantasea en "¿Qué se siente ser tan joven?" con tener una nueva oportunidad, asumiendo que jamás podrá detener el tiempo. Acá, más bien, se reinvindica la individualidad frente a la estupidez reinante, como en la aceleradísima "Los chicos hoy saltarán a la pista", y especialmente en "La fiesta universal". Pero también cierto sentimiento de desesperanza, como en "Colisión interminante" donde declara que cuando todo parecía bien, se encendieron todas las alarmas. Es posible que en una primera escucha lo que más llame la atención son las tradicionales referencias a escenas musicales algo olvidadas, como el sonido de Fidadelfia, Norman Harris o los personajes de la extraordinaria "Terry, Peter y yo". Pero si lo escuchamos varias veces más terminamos totalmente involucrados en el sentimiento de fin de la juventud —y de la historia occidental— que se explicitan en "Sálvese quien pueda" (ojo con la velocidad de los nombres citados), pero también con el amor de pareja como el único antídoto posible y que otorga luces sobre el disco que Milkyway —ya como autor— está preparando en el cierre llamado "La niña más hermosa".
—Juan Carlos Ramírez
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