After Pop Magazine [sp]: 4 Top 5 of La Casa Azul
This is the trick:
forget a terrible year,
so we can break the laws
until it gets weird.»
LCD Soundsystem
I
El año pasado solo esperé un disco: el de La Casa Azul, grupo de pop español que nos ha hecho creer, desde muy al principio de su carrera, que los artífices de dicha música eran cinco guapitos llamados David, Clara, Sergio, Virginia y, el supuesto vocal, Óscar. Porque, en realidad, el verdadero creador de toda La Casa Azul, se sabe, es un productor más bien tímido y retraído de una escena pop que, con los años, ha empezado a girar alrededor suyo: Guille Milkyway.
El disco, que imaginaba yo para marzo, que —al no salir en marzo— esperé para abril y que en abril de plano dejé de anhelar para el 2011, hizo su aparición hacia el final del año. La Polinesia Meridional ocurrió en tuiter como el rumor acomedido de la afición antes del partido; ese hablar en pequeñito comentando los jugadores, hablando la posible formación con algún loco esperando que pongan al portero de reserva, la estrategia, pues. Un alud de selectísimos fascinados retuiteaba el anuncio de Guille Milkyway. «El nuevo disco de La Casa Azul tiene 13 canciones, se titula La Polinesia Meridional y se publica el próximo 28 de noviembre.» El rumor contenía duda ante un sencillo que había salido casi un año atrás y de la imposibilidad de relacionarle de manera franca con el resto de la discografía.
Pasó un mes para que pudiera escuchar el disco de Guille Milkyway. En ese mes repasé las texturas y los rincones de la discografía que hizo que la p de pop fuera una P mayúscula de dimensiones españolas. Galletas, Superguay, Como un fan y todas aquellas canciones que he tratado de ponerle a cuánta gente, volvieron a mí luego de pausas nutridas de tiempo y dubstep. Esto porque el último disco, experimentos aparte[i], de La Casa Azul, La Revolución Sexual, llevaba ya 4 años de publicado. Y bueno, cuando por fin llegó La Polinesia…. ahí empezaron mis problemas.
II
La realidad es que hasta ese momento tenía muy claro un top 5 de mis canciones favoritas de La Casa Azul. Según yo, me pasaba sólo a mí pero resulta que no, un top 5 a uno lo pone equívocamente orgulloso; esperando que en una arena imaginaria se enfrente con otros top-5′s.
En mi top 5 el criterio partía de la cualidad vista en pocos, contadísimos músicos; y es que en La Casa Azul existe una ambivalencia tonal que complementa la melancolía narrativa sostenida por un andamiaje musical más bien alegre. Como esos zurdos dotadísimos del centrocampo que nadie ≈nadie≈ en el fútbol mundial tiene pero que el Arsenal, a celos de todos, produce en cantidades de derroche, el almíbar con que Guille cocina sus discos es el toque que hacen únicos los goles de La Casa Azul. Porque las canciones de Guille construyen su gama de amarguras con golpes de un baile tremendamente vivo, casi siempre en clásicos 2/4 y 4/4, pero con letras ahumadas y afligidas. El desolador carisma de las primeras letras recuerda a Frankly, Mr.Shankly, a lo más ≈pero en serio lo más≈ fino de Belle & Sebastian y, sobre todo, a Carlos Berlanga. La lista había quedado así:
1. Superguay
2. Como un fan
3. La revolución sexual
4. Prefiero bailar[ii]
5. La nueva Yma Sumac
La realidad es que no es el más arriesgado de los top 5 posibles teniendo en cuenta las posibilidades con un artista tan bien condimentado de rarezas[iii]. Sin embargo, es un listado que sintetizaba, según yo, los superpoderes de Guille: la autocrítica sazonada de desamor; las armonías sencillas de guitarras funk con solos de flauta y brevísimos puentes de piano; el himno viejo de baile, acaso anacrónico, para alguna discoteca abandonada; vaya, la desolación de un cabrón que creció escuchando igual el italodisco, a Velvet Underground y Ana D[iv].
Ahora, el problema que suponía mi top 5 es que hay canciones que quedaban fuera y que, a su vez, formaban un top-from-6-to-10 que incluía los cortes más abiertamente extraños e incolocables, y que, bien a bien, apuntaban hacia lados muy distintos. Estas otras canciones que formaban un segundo top 5 eran las más heterogéneas dentro de la discografía. En ellas estaban las cartas más arriesgadas de la colección; y esto porque, si bien todas tienen un denominador común, hay canciones que, hasta ese momento, La Casa Azul había sacado como pellizcando, teaseando, pues, al fan. Canciones que eran misteriosas por ser abiertamente inciertas con la temática de un adulto que ha crecido poniendo el freno de mano, sentadas siempre en un tono mucho más intimista. Éstas, me parecía, quedaban fuera injustamente pues su notable disparidad exigía, también, un lugar en el recuento de la historia. Siendo un tipo bastante complicado de antologar, creo yo, se convirtió para mí en una obsesión hacer ese otro top 5 que complementara el equipo original:
1. Esta noche sólo cantan para mí
2. Si vuelves
3. Yo también
4. El momento más feliz
5. El secreto de Jeff Lyne
Y en medio de esa crisis, llegó el disco —un gran acetato amarillo— a mi puerta.
III
La Polinesia Meridional resulta el ejercicio de abrazar y de asumir, por fin, la vejez que tanto ha temido Guille. El disco no cuenta con la jocosidad de un tipo al que cortan pero igual sigue viendo al Barcelona. La Casa Azul nada en una incertidumbre como lo hace James Murphy en All my Friends, acaso el último gran tema de la madurez que nos ha dado la música anglocantada. Guille, a través de la puerta que dejó abierta en Esta noche sólo cantan para mí, vuelve a encontrar un cauce para una soledad que en él entra como natural y, pareciera, sesudamente mesurada. Hace apuntes no sobre la posibilidad de recordar lo que era ser joven; al contrario, es tan viejo que ya no se acuerda y, en cierto sentido, es más doloroso ser viejo y no recordar que el tránsito de la juventud a la vejez. La piel musical es la misma pero también tiene arrugas y, más apropiadamente, callos.
Las trompetas, los arreglos y las campanas que le vestían ahora no ocupan el frente, sino que se sumergen en la parte más honda de los audífonos pues ahora se experimenta haciendo que cosas como los arreglos en 8-bit, los vocoders y los scratches estén al frente, siendo, como no lo eran desde hacía mucho en el pop español, inimaginablemente tristes. Acaso los ejercicios de poperos como Corazón, Astrud e Hidrogennesse encuentran en este líder de generación el disco que, básicamente, les retrata el tiempo y el ser.
En medio del disco existe la dupla más interesante de canciones que haya compuesto (y puesto juntas) La Casa Azul. Colisión inminente (red lights, red lights) y Terry, Peter y yo son un combo contundente. El primer tema cierra la cara a y establece la claridad de alguien que se entiende como un ser finito y la tristeza que este conocimiento, trágico desde su sencillez, conlleva. La siguiente canción, pareciera, pudo haberse llamado The Rise and Fall of Guille Milkyway. Terry, Peter y yo no sólo es la vejez sino también la fama de alguien con cierto desprecio hacia un mundo que se ha enamorado de él. A este tipo lo único que le interesa es grabar y emocionarse en soledad, nos queda claro. El error, se nos sugiere, fue hacerse famoso, que todo el mundo le ama, que por fin consigue brillar y que no hay nadie que lo quiera consolar. La soledad se desboca no por un abandono amoroso, sino por el solipsismo de la fama que resulta ser el más implacable.
El último top 5 quedó, basándome sólo en La Polinesia…, inenarrablemente opuesto al primero:
1. Terry, Peter y yo
2. Colisión inminente (red lights, red lights)
3. Los chicos hoy saltarán a la pista
4. ¿Qué se siente al ser tan joven?
5. Todas tus amigas.
Al final decidí incluir Todas tus amigas, canción sumamente emocionante pero que agoniza de la queja. La canción explaya sobre las poses, los engaños y las artimañas. La delicadeza de líneas pasadas: «lo que era bello ayer hoy es tan feo» se ha vuelto un cinismo de líneas tan francas y directas como «Ellas pierden la razón mientras se apagan ⁄ Se suicidarán mañana…» y remata «por la mañana.»
Los tracks como Sálvese quien pueda, Sucumbir, o Una mañana son, en contraste con materiales viejos como Galletas, para aventarse del doceavo piso. De Sucumbir sale la línea en que: «Oficialmente hoy anuncio que decido sucumbir»; ésta, es la línea más sincera de un sujeto devastado y, acaso, es de las líneas cuya franqueza es más notable en todo el disco. En un mundo donde Robert Smith se sigue pintando y parece, a la desazón del sudor, una suegra espantada, donde un Morrissey sigue cantando como adolescente descastado y vistiéndose como mariachi para parecer chorizo de la carretera a Toluca, La Casa Azul afronta la vejez como pocos. Para este punto ya insisto en verlo en paralelo con James Murphy, otro humano sumamente consciente de las arrugas y del paso del tiempo, pero, sobre todo, de la sensatez y la honestidad que implica envejecer a costa de las pistas de baile. Su pena no es del todo descolocada. La Casa Azul halla esa paradoja a explorar en la vejez de un mundo donde Cher o Madonna, más que retirarse, van por el decimoquinto aire.
El último top 5, tomando en cuenta toda la discografía, balanceando los amores de juventud con las declaraciones de desolación del presente, según yo, queda así:
1. Terry, Peter y yo
2. Si vuelves
3. Superguay
4. Esta noche sólo cantan para mí
5. Colisión inminente (red lights, red lights)
Seamos contundentes: La Casa Azul es probablemente lo mejor que le pasó al idioma español en la pista de baile desde Radio Futura, desde Madrid en la movida, desde Gran Ganga, desde Ana D.
[i] Ni idea en qué estaba pensando con esa compilación donde puso un cover a Joan Manuel Serrat ≈Señora en específico≈ y aquella notable pero incierta versión 8-bit-and-vocoder-featured de Love Is in the Air.
[ii] Prácticamente punk.
[iii] Un top 5 de lados b incluiría sin duda las canciones, curiosamente, más comestibles del hombre. 1. Gominolas, 2. Galletas, 3. el jingle para el comercial de Nesquik, 4. la imposiblemente cristiana Yo te amo Laura y, si acaso, 5. Toxicosmos, rolita hecha para un programa por internet especializado en pop.
[iv] http://www.youtube.com/watch?v=OFB599WBh9U
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