La Casa Azul
Viva El Pop [sp]: Reseña "La Polinesia Meridional"
LA CASA AZUL – “La Polinesia Meridional” (Elefant / 2011)
Cuatro años después de la publicación de “La Revolución Sexual” (2007), el punto de inflexión mediática en la carrera de La Casa Azul, ve finalmente la luz “La Polinesia Meridional” (Elefant / 2011). Un álbum cuyo ansiado lanzamiento quizás haya hecho alargar la sombra de su inmenso predecesor y aumentado aún más las expectativas de sus entusiastas seguidores. Y es que cuatro años es tiempo suficiente para que los temas de “La Revolución Sexual” (y otros publicados previamente) hayan calado tan profundamente entre los fans de LCA, que han acabado convirtiéndose en clásicos imprescindibles del floreciente indiepop nacional, en casi un mito alimentado por la extensa reedición de “El sonido efervescente de La Casa Azul” (2006), el recopilatorio de versiones contenidas en “La nueva Yma Sumac” (2009), la honesta humanidad y sencillez del artista responsable del proyecto, y el inmejorable sabor de boca dejado en sus inolvidables directos. De ahí que Guille Milkyway, consciente de esta innegable circunstancia, haya pretendido hacernos superar esta especie de síndrome de Estocolmo, dotando con más o menos acierto a “La Polinesia Meridional” de nuevos signos de identidad, especialmente en la producción y en el plano temático, probando incluso registros anteriormente inexplorados, para reivindicar su autonomía dentro de la discografía de La Casa Azul, y evitar en la medida de lo posible que su más que previsible éxito se sustente únicamente en la vis atractiva que pueda ejercer “La Revolución Sexual”.
A todo el mundo le habrá resultado curioso el título del disco. Y es que la evocadora idea de paraíso exótico que planea sobre el mismo y su portada sirve de aspiración escapista, y nos indica un lugar de referencia, real o imaginario, que nos ayude a evadirnos momentáneamente de los sinsabores de la rutina cotidiana (“Una mañana”, “La vida tranquila”), de la amargura ante la pérdida del amor (“Sucumbir”) o de la juventud (“Qué se siente al ser tan joven”), e incluso de la actual crisis económica, que amenaza con llevar a la deriva a la civilización occidental (“Europa Superstar”, “Sálvese quien pueda”). En cuanto a la producción, siempre desde su independencia y su desprejuiciada creatividad, Guille Milkyway pone al descubierto abiertamente sus preferencias estilísticas, rindiendo un claro tributo a la música disco de los setenta, al sonido Filadelfia (“Hoy sólo creo en Philadelfia, Norman Harris es mi dios”), con temas extraordinariamente bailables y energéticos, plagados de cambios de ritmo, teclados y espectaculares secciones de viento con reminiscencias al sonido Motown, especialmente ilustrativos en “Los chicos hoy saltarán a la pista” (¿la única vía de escape de esa generación perdida que no encuentra su sitio?), “La fiesta universal”, o “Colisión inminente (Red lights, Red lights)”. Los ritmos vertiginosos que inundan gran parte del disco y la mayor presencia de guitarras y vientos le confieren una exagerada efervescencia y un cierto recargamiento sonoro que acaba distorsionando el entendimiento de las letras, restando inmediatez al conjunto, y cayendo por momentos en una sensación de bucle reiterativo. La única tregua a este desenfreno bailable del álbum nos la da el tema que le da título, una balada elegante y nostálgica, en la que se adivina un digno homenaje al “Love’s theme” de Barry White, mientras que la cuota más sentimental la cubre el medio tiempo “La vida tranquila”, a dúo con Silvia Sanz de Niza, en un bella disputa dialéctica en torno al estancamiento cotidiano, las responsabilidades, el miedo al futuro.
En las primeras escuchas, no resulta fácil descubrir en “La Polinesia Meridional” la incontestable contundencia de temas como “La Revolución Sexual”, “No más Myolastan”, “Chicos malos” o “Esta noche sólo cantan para mí”. Quizás por eso me cuesta abandonar la idea de que “Todas tus amigas”, el único ejemplo continuista con la producción y el sonido anteriores, que conserva intacta esa nostalgia post-adolescente marca de la casa, sea la canción más lograda y convincente del álbum. Por algo ha sido el indiscutible primer single. Sin embargo, en esa comprensible lucha de “La Polinesia Meridional” por no quedar fagocitado por su predecesor, acaba aflorando el talento innato de Guille y su sorprendente destreza en la confección de melodías exquisitas, para regalarnos estribillos maravillosos, intensos y memorables, especialmente brillantes en la exultante “Qué se siente al ser tan joven”, en la dolorosa confesión de “Sucumbir”, en la vertiginosa “Terry, Peter y yo” (con un acertado sample de “Johnny and Mary”, de Robert Palmer), o en la fiesta apocalíptica en la que convierte “Sálvese quien pueda”, a pesar de su temática derrotista. Estribillos perfectos con los que experimentar sensaciones únicas de plenitud, liberación y felicidad, el remedio perfecto frente a la angustia existencial y el temible paso del tiempo, que sólo encontraremos refugiándonos dentro de La Casa Azul.
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