La Casa Azul
Je Ne Sais Pop [sp]: Reseña "La Polinesia Meridional"
La Casa Azul / La Polinesia Meridional
Por Farala | 30 Nov 11, 12:40
Basta poner los trabajos de La Casa Azul en perspectiva y asomarnos a las noticias para ver que, con la que está cayendo, era más que probable que ‘La Polinesia Meridional’ no fuese el disco alegre, amable, despreocupado y hedonista de Guille Milkyway. Porque sí, ya se puede decir que La Casa Azul es su banda (hasta podría ser él quien sale en la portada), tras la desaparición en este LP de los chicos, los androides y de todos los demás envoltorios tras los que solía esconderse. De hecho, tienen más presencia que nunca las guitarras de los acreditados Félix Domingo y Hugo San Juan y Guille baraja dejar de salir en solitario en sus giras.
Una vez más, Milkyway repite esa fórmula tan suya, que le ha hecho famoso ante crítica y público, llegando incluso a ganar un Goya a la Mejor Canción Original por ‘Yo también’ y a estar muy bien colocado en la rampa de acceso a Eurovisión con ‘La revolución sexual’: canciones que se prestan a sonidos de otro tiempo y los adaptan al día de hoy. Esta vez, el álbum suena sobre todo a northern soul, a disco y a pop, pero cada vez más revolucionados, en un ritmo que prácticamente no da tregua hasta el quinto corte, que da título al disco, y que es uno de sus grandes aciertos, recreado en un estupendo easy-listening. Tan grande que ‘La Polinesia Meridional’ es, muy probablemente, la mejor canción de todo el conjunto.
Tal y como ha hecho con las melodías, las letras de ‘La Polinesia Meridional’ también siguen un cierto continuismo, centrado en la angustia existencial que siente su compositor en todo momento. Un sufridor del siglo XXI, tal y como lo han retratado algunos de nuestros usuarios. Guille Milkyway trata desde el miedo a envejecer (‘¿Qué se siente al ser tan joven?’) hasta el terror a la rutina (‘Una mañana’, con esa hilarante referencia a la oficina y el Omeprazol), pasando por esa sensación de la fragilidad de los momentos de felicidad (‘Colisión inminente (Red lights, red lights)’) o incluso la situación político-económica con sendas canciones casi protesta, encarnadas en ‘Europa Superstar’ y ‘Sálvese quien pueda’ (atención a ese “el mundo en coma terminal”). ¿Le mandamos una copia de ‘La Polinesia Meridional’ a Angela Merkel?
Pero incluso sumido en esa actitud tan humana de regodearse en la propia miseria, Guille es capaz de hacer ver a su público su consciencia en torno a sus lloriqueos, utilizando precisamente a Silvia, de Niza (sííí), para darle la réplica en los coros de ‘La vida tranquila’, una especie de cruce entre Facto Delafé y Pimpinela en el que, ante las continuas quejas de Guille, Silvia contesta: “Ya no puedo más / solo piensas en ti mismo / necesito reposar / siempre fiel al dramatismo / dime cuándo pasará / ¿qué te crees? Todos sufrimos / esta vida en soledad”.
Claro, que aunque estemos ante un compositor que forma parte de ese reducido grupo que crean canciones en español que no dan vergüenza ajena, sí hay determinados vicios en los que finalmente termina cayendo a menudo. Es posible que palabras tipo “pueril” hayan tenido ya suficiente espacio en su discografía; pero también podría resultar cansina para algunos esa retahíla de influencias y nombres de artistas que le gustan, alcanzando su culmen esta vez en ‘Terry, Peter y yo’, que viene a ser el ‘Stock, Aitken, Waterman and me’ de La Casa Azul. O, por seguir con las cosas que podrían reprochársele a este trabajo, tres de las canciones del disco (‘La fiesta universal’, ‘Europa Superstar’ y ‘Sálvese quien pueda’) son un poco más flojas que el resto.
Aunque pensándolo bien, ¿para qué quedarnos con lo peor de un álbum que adoramos o criticar su continuismo cuando para otros estilos ya prepara disco aparte como Milkyway? Ahí están el northern soul acelerado de ‘Los chicos saltarán a la pista’, las campanas de ‘Sucumbir’ (sí a las campanas, siempre, incluso en las canciones de Mónica Naranjo) y su ritmo, melodía y autocoros hechos para ser versionados por un “girl group” de la Motown (amén de su piano a lo Abba), el minuto final de ‘Todas tus amigas’, los coros de Silvia Sanz (¡más, más!), el nuevo guiño a Phil Spector en ‘La niña más hermosa’, a Robert Palmer en ‘Terry, Peter y yo’ e incluso esas letras con las que al final nos sentimos todos identificados.
¿Quién no es un sufridor en el siglo XXI?
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘La Polinesia Meridional’, ‘Sucumbir’, ‘Los chicos hoy saltarán a la pista’.
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