La Casa Azul
La Nadadora [sp]: Reseña "La Polinesia Meridional"
la polinesia meridional, la casa azul (elefant) 2011
en realidad no tengo clara cuál fue la primera vez que escuché cerca de shibuya (seguro en viaje a los sueños polares) pero sí cuando recogí mi copia del almacén que green ufos tenía en la calle letamendi y como baldo me comentó que guille estaba entonces viviendo en la alameda. serían los días (y las noches) de los chicos mond y las demos de la chufa. días que yo viví muy desde fuera pero con la emoción de quien empezaba a descubrir algo que no sabía que existía.
después llegaría mi primer concierto de la casa azul, precisamente en el mond club, con todo en mi contra y una extraña sensación de euforia en plena caída libre. allí estaba fede riéndose de mi ridícula pose de poppie y silvia niza sobre el escenario cantando dame estrellas o limones. y yo perdido con mi bolso rojo de adidas y mi camiseta de loreak mendian recien comprados, bailando las canciones del sonido efervescente justo antes de que se publicara tan simple como el amor.
entre ese concierto y el de la fiesta de juan de pablos solo habían pasado unos meses y unas cuantas cartas sin remite. una inmensidad. y en la sala siroco, mientras guille, escondido tras su gorro de pescador, interpretaba sus canciones, fran y yo jugábamos a inventarnos universos que no existían, imaginando futuros que aún estaban por decidir entre cubatas de ron cubano.
pero el día que comprendí que la casa azul era el grupo de mi vida fue con amaya, en el contempopránea, en plena catarsis colectiva. en esa ladera, en plena actuación, cris subía a hombros a silvia y guille al verlo perdía el hilo de la canción y tenía que repetirla, mostrando de golpe esa fragilidad que el subidón del concierto había logrado disimular. y por eso, cuando la casa azul se presentó a eurovisión un par de años después, nosotros éramos los primeros delante del televisor, votando (hasta seis veces, dos amaya, dos mateo y otras dos yo) por la revolución sexual, pensando en fabricar un mundo mejor a través de la televisión.
y ahora, escuchando las canciones de la polinesia meridional mientras escribo estas líneas como el que escribe su última crítica, con la piel de gallina en cada estrofa y temblando de emoción justo cuando guille canta eso de hoy solo creo en philadelphia, cuando se dispara el estribillo de la fiesta universal o, especialmente, cuando silvia le reclama que, de una vez por todas, se deje llevar y abandone su exagerado dramatismo, alguien me susurra al oído que hable de lo sobreproducido que está el disco, de que la fresca inocencia del sonido efervescente quedó ya lejos o de que cada canción consigue dejarte completamente exhausto en solo tres minutos, como si de toda una sesión de música disco 70s se tratara. y, por supuesto, no le hago ni puto caso, me seco las lágrimas, me pierdo otra vez entre las guitarras de sucumbir y decido que la polinesia meridional va a ser (de nuevo la casa azul) el remedio a mis miedos absurdos y mis nuevos temblores favoritos.
y puede que mañana todo se vaya al traste, que me quede sin palabras para seguir escribiendo, que le pierda el sentido a todo lo que me rodea, a mis sillas de vitra, mis tardes de sofá y los domingos de vinilo, pero sé que siempre estarán ahí amaya, mateo y discos como este para, una vez más, salvarme la vida y darle sentido a todo lo que a veces parece que ni la inercia lo defiende. y por eso solo queda gritar, ¡que viva la música! ¡que viva el amor! ¡vamos allá!
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