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01/09/2004

Art?culo "Tan simple como el amor"



La Casa Azul
Mundo de Juguete

Escribe Oscar García


Su autor la define como “antídoto”, y vaya que lo es. Con apenas dos discos, el grupo fantasma español La Casa Azul se ha convertido en el mejor contraveneno para olvidar de un plumazo lo horrible que es el mundo en la era Bush.

La Casa Azul se levanta sobre tus memorias más perezosas: la euforia de goma de mascar de los Parchís, las tribulaciones de Archie y sus amigas, Penny Lane vs. Strawberry Fields y la teleserie española Verano Azul. La vinculación con esta última no se agota en el cromatismo. Para quienes recuerden las aventuras de aquella parvada de muchachos de vacaciones por Costa del Sol notarán aquí una consonancia: La Casa Azul es un estadio de tu vida. Un instante robado de la adolescencia que soñabas para ti de niño. Una que, la hayas vivido o no, gracias a este disco, tienes la suerte de reencontrar.

Y sin embargo, los autores de esta lírica dimensión de colores pastel son un completo misterio. Según la portada de sus discos y sus videos, son cinco chicos “monos” -Oscar, David, Clara, Virginia y Sergio- quienes empuñan instrumentos, cantan y saltan como locos rodeados de globos y pompas de jabón. En vivo, en cambio, es un enigmático sujeto de polo y gorra, quien aparece en escena escudado tras un arsenal de artilugios y cintas pregrabadas, solo o acompañado por un par de coristas kitsch. Es Guille Milkyway, compositor, productor, arreglista y -posiblemente- intérprete de casi todo lo que se oye en los discos de La Casa Azul. Aunque se niegue a admitirlo.
La Casa Fantasma

Según Milkyway, los chicos no aparecen en conciertos porque son tímidos. Seguro, compadre. Según la mitología que el mismo se ha encargado de suscribir en entrevistas, un día se topó con los muchachos en un pub de la costa mediterránea, se dio cuenta que serían los interpretes ideales para sus canciones y les propuso formar un grupo. Uno que continuara con la colorida senda trazada por el pop más chicle de los sesenta. Que, lo ha dejado a entrever, guardaría para sí la magia de los grandes grupos fantasma de aquella época como los Monkees, donde los “músicos” eran simples modelos y el productor la figura gravitante de conjunto.

Y que duda cabe que la única estrella en esta casa es Milkyway, un Phil Spector mediterráneo, cuya cultura musical resulta tan vasta que enumerar sus referentes ciertamente cansa. Ahí están los vibráfonos, flautas y el corno inglés de Burt Bacharach, la percusión martilleante y múltiples overdubs de Phil Spector, el cadencioso pop orquestal de la Electric Light Orchestra, el tributo velado o explícito a los Beatles, a los Jackson Five, a los Foundations, a Marisol y a más o menos doscientos grupos más. “No hemos inventado nada -se excusa Milkyway- somos una copia decente de cosas ya vistas en la historia del pop. Eso sí, con canciones bonitas”.

A Milkyway le divierte que el candor ingenuo de sus canciones sea calificado como tontipop. Una etiqueta expedida para beneméritas bandas del también llamado “pop chungo” como Fresones Rebeldes, La Monja Enana, Vacaciones, cultoras todas del mismo gusto por la irreverencia, la melodía simple y la letra fresa, que el productor rechaza con agudeza y buen humor: “Las Ronettes cantaban “oh, sé mi chico, mi único chico” y jamás he escuchado que nadie las acuse de hacer tontipop”. Siguiendo esa lógica cabría preguntarse ¿fue siempre tonta la música pop o tontos fuimos los que no nos dimos cuenta de ello? Que se abra el debate, pero en otra parte.
Un Universo De Estribillos

Las pretensiones de La Casa Azul podrían fulminar de cólera a quienes acostumbran buscar “arte” hasta debajo de las piedras. “Solo sueño con perderme en mi habitación y construir un universo de estribillos y sonidos de melotrón”. Su filosofía resumida en una sola línea. En tal sentido, los yeyé-shubidubi-yeyé con que arranca Tan Simple como el Amor (2003), son toda una declaración de principios: acá no hay espacio para poesía trascendente de acento porteño. Lo suyo, antes que la metáfora exquisita o el vuelo sintáctico, es la imagen mental. Esa frase sugerente que en tres palabras dibuja tu vida. Esa que sientes que ha sido cantada solo para ti.

Pero su aparente sencillez no es sinónimo de incompetencia musical. Pocas veces se ha advertido semejante preciosismo en el detalle, como el que se escucha en sus dos discos -en el 2000 se editó su aclamado extended debut El Sonido Efervescente de La Casa Azul que incluía los éxitos indies “Cerca de Shibuya” y “Galletas” (*)-. En ambos trabajos salta a la vista, además del atento cuidado por la melodía, el sorprendente acopio de timbres y meticulosas figuras que recuerdan en su abigarramiento y horror al vacío a un Phil Spector, pero sin el ceño adusto. Está claro que para La Casa Azul cada arreglo es una canción en sí, con principio, nudo y fin, al punto que sucesivas escuchas no menguan y por el contrario incrementan el interés en las canciones.

El primer single de Tan Simple como el Amor, editado en España por Elefant Records, fue “Superguay” (algo así como superbacán) y fue considerado toda una provocación. Según Milkyway, le puso ese título “un poco por joder” a aquellos que se indignaban ante la sola existencia de un grupo con las características de La Casa Azul. La de “Superguay”, pese a parecer una completa bobada, es una letra aguda. Casi el reverso cómico de “Sufre Mamón” de los Hombres G. Solo que esta vez el reproche va dirigido no al mamón sino a la remaldita que lo ha cambiado a uno por alguien mejor. Así que, para vengar la afrenta, se le pega allí donde más le duele: la vanidad femenina. “Porque él es tan diferente, tan natural / tan divertido y especial / tan adorable, tan perspicaz / tan ocurrente, tan singular / tan él, tan seguro, tan casual / tan sorprendente, tan superguay / tan guay que a su lado resultas francamente… insustancial”. ¿Tontipop? Mmm… habría que pensárselo dos veces.
Ser Feliz Es lo que Debes Esperar

Hay mucho de escapismo en La Casa Azul. Fantasías exacerbadas en surcos como “El Secreto de Jeff Lynne”, donde el sueño se plantea como la única vía posible para vivir la vida que no se ha podido tener: “y creo que esta vez elegiré no despertar jamás, pues durmiendo te encontré y durmiendo estuve capturado por la voz de Chris Montez, hoy no voy a hacerte caso”. Una suerte de fuga que por momentos se trastoca en alineación (”entre sueño y sueño escucharé sin descansar todos mis discos al revés hasta olvidar mi identidad”) y por otros sirve como imaginario paliativo a los que tenemos un pobre John Travolta atrapado en un cuerpo con dos pies izquierdos (”Vamos a Volar”).

Los mejores momentos llegan con tres canciones en secuencia, senci-llamente extraordinarias. La primera es “Cambia Tu Vida”, una breve (y tontísima) intro de coros femeninos, acaso sacada de un jingle de los cincuenta, que desemboca en un dinámico carnaval de instrumentos (clavicordios, trompetas, violines, palmadas), con tal despliegue de optimismo y buenas vibras que deja chiquitos al chocolate, al Prozac y al cine de Frank Capra. La euforia prosigue con la ya mencionada “El Secreto de Jeff Lynne” y termina por explotar en “Prefiero Bailar”, con su cómica “pesadez” de guitarras distorsionadas y esa letra gritada que está como para cantársela en la cara a tu esnob favorito: “mira, tu vida es aburrida, no te esfuerces en encubrirla con patéticas mentiras, no entiendo a quién pretendes engañar”. Cada uno tiene el suyo, ¿no?

Es cierto que las referencias y citas musicales con frecuencia se tornan obvias. “Quiero Parar” se ralentiza como “Strawberry Fields” e incluye un aletargado melotrón en clara referencia al éxito de los Beatles. En “Como un Fan”, el vibrante cierre del disco, el motivo principal estalla de súbito en un ritmo 3⁄4, de colores circenses y cintas al revés, justo como la famosa parte intermedia de “Being For The Benefit of Mr. Kite” de Lennon. Ello no es falta de originalidad. Todo es parte del juego de referencias de La Casa Azul, así como juguetonas son también las rebuscadas menciones en sus letras a conceptos inusuales en una canción pop como la dialéctica sofista, la hiperestesia, la mimética, entre otras. Del mismo modo los nombres de los In-Crowd, Chris Montez, Los Gritos, Barry White y Stereolab, desfilan en sus letras en claro homenaje.

Momentos gloriosos en este disco asoman cada diez segundos. Allí están las alegres campanas de pueblo que repican en “Siempre Brilla el Sol”, la melancolía de “Por Si Alguna Vez te Vas”, acaso su única canción donde la música se rinde a la letra, tornándose por consecuencia igualmente triste. Pero si tuviéramos que elegir uno de esos pasajes, nos quedaríamos con “Como Un Fan”, sublime canción de despecho que discurre sobre el típico reencuentro con la chica que te rompió el corazón -a quién no le ha pasado-, cuya letra alberga hacia la mitad una soberbia chiquita a los nuevos tiranos de la hiper corrección político musical: “Qué quieres que te diga / que prefiero pasear / por la playa y escuchar / a Billy Joel o quizás a Bends Fold Five / porque sé que tú los odiabas / no eran suficien-te-men-te IN-DIES / que más da, tú siempre fuiste lo más”. Cantar esta línea a voz en cuello es otro de los exquisitos placeres que nos reserva esta placa. Hazle un favor a tu bolsillo, despide a tu psicólogo y múdate a esta casa.

(*) La Casa Azul también ha participado en el homenaje a Family, disco tributo publicado por la revista Rock De Lux, con una coctelera versión de “Viaje a los Sueños Polares”.
Septiembre 2004

 





La Casa Azul [Revista 69]
foto: Archivo Elefant

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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