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17/12/2013

El Vermut de Kiko Amat [Es]: Manolo Martínez (Astrud) [Interview]



13/12/2013


EL VERMUT DE KIKO AMAT #5 - MANOLO MARTÍNEZ (ASTRUD)

 

 

  


Manolo Martínez y yo nos conocimos de la mejor manera en que pueden conocerse dos hombres: pegando alaridos ante la sede del PP en la calle Urgell, marzo del año 2004, cuando ocho mil indignados nos juntamos allí para protestar contra las artimañas del Gobierno tras lo de Atocha. Por supuesto, no era la primera vez que nos cruzábamos el uno con el otro. Yo, a Manolo, le tenía más visto que el tebeo: por ser fan de su grupo, Astrud, desde la primera maqueta; por roces de codo en algunos sitios del indie; por encontrarnos mirando al escenario en el concierto de turno, Hello Cuca o Edwyn Collins, lo que fuese, en 1997. Pero en aquella época, y por cosas de la vida, nunca llegamos a conversar. Cuando lo hicimos, en el 2004, algo cambió. 

Desde entonces, mi relación con Manolo es curiosa: formamos, sin duda, una extraña pareja, una asociación Matthau-Lemmon que no debería funcionar pero que de algún modo consigue hacerlo. Yo soy un hombre muy primario. Estoy fuertemente sujeto a las pasiones. He tratado de suplir mi completa falta de estudios con dos décadas de inmersión lectora enloquecida, pero, aún así, sigo siendo un bruto. Un tarugo ilustrado, si quieren, a base de pop y narrativa a raudales. Manolo es más bien un sabio de los de toda la vida: cerebro analítico, elocuencia caudalosa, ciencias y letras a la vez, con una capacidad de abstracción y formulación que no siempre soy capaz de seguir. Es un filósofo, no les digo más. Quiero decir que se gana la vida filosofando, como un griego loco camino del Partenón. Y, de hecho, se le está poniendo cara de griego filosofante: con la barbucia arbórea esa, y la frente amplia, y esa mirada afligida de Bassett extraviado que tiene, se parece un poco a Heródoto en un día cansino. O a un terrorista islámico, depende de cómo

lo quieran mirar.

 



 

Pero bueno. Si bien a mí me la trae al pairo Beckett, la música clásica, la filosofía en general y otras cosas que alumbran el camino de mi amigo, él y yo tenemos otras cosas en común: un sentido del humor muy similar; una pareja anglofilia; una incurable melancolía y nostalgia de base (la suya de signo negativo, la mía de signo positivo; lo leerán más abajo); un igualmente sólido desprecio a la publicidad, los artistas corporativos y la lógica del mercado; un añejo amor a los discos pop; y el cariño indefinible e innato que uno suele tener hacia alguna gente sin poder tampoco racionalizar por qué (aunque, ahora que lo pienso, seguro que él sí lo tiene perfectamente razonado en una ecuación algebraica, en la pizarra del claustro). Somos, en resumen, un Neanderthal y un Homo Sapiens que han logrado unir fuerzas, desoyendo los consejos de su especie (¡No te juntes con los de la frente prominente!). 

Manolo puede parecer una miaja borde a veces, pero es solo porque su sesera funciona de un modo distinto a la nuestra. Su sinceridad a prueba de bombardeos puede parecer enloquecida rudeza a ojos de un profano. Si no quieres la opinión honesta de algo, no vayas a preguntarle a él; porque, como Hal 9000, agarrará la cuestión, la someterá a una serie de computaciones manólicas, y te la devolverá perfectamente argumentada y resuelta. Aunque (¡ailas!) sin el almíbar que tal vez estabas esperando encontrar en ella, pasada por el pasapuré de su lógica implacable y hecha unos malditos zorros, tu pobre pregunta.

Manolo lleva años fuera del pop, y eso me parece interesante. Siempre me han gustado los que abandonan el show business, y la mayoría de mis héroes en la tierra han realizado alguna maniobra de escape hacia Mundo Normal en un punto o otro de sus carreras, para un largo periodo o (algunos de ellos) para no ser vistos nunca jamás: Bill Withers, Laura Nyro, Alison Statton, Tracey Thorn, Vic Godard, Kevin Rowland o Wreckless Eric. Manolo Martínez estará en Primera Persona 2014 del CCCB explicando por qué abandonó el pop y por qué cree que ya no tiene nada que añadir, digamos lo que digamos sus seguidores. También tocará sus canciones, quizás sometiéndolas a su siempre temible juicio crítico. Pero mientras esa cita no llega, hablaremos. En el bar de siempre.

Para empezar, háblame de antecedentes de músicos en la familia, y todo eso. Y si se te motivó para que tomaras esa dirección.
Mis padres no eran músicos pero sí se escuchaba mucha música en casa. Mis padres eran progres de libro: en casa se escuchaba a Serrat, a Juan Bautista Humet, por alguna razón [ríe], y a Nacha Vegara. De verdad que no estoy intentando escoger a los que más molen [ríe]. Y también música clásica, quizás sin mucho interés pero porque tocaba. Lo que sí hizo mi padre fue concebir la idea de que los niños escucháramos música, y empezó a comprar la Enciclopedia Salvat de los Grandes Compositores. Quizás te suene. Y recuerdo el primer disco que escuché, la Quinta Sinfonía de Beethoven, que es muy famosa [tararea] ¡tana-na-tana-naa! Nos recuerdo a mi hermano y a mí escuchándola, y mi padre de pie con la funda, tras haberlo puesto. Lo recuerdo perfectamente. Yo tendría siete u ocho años. Aún escucho música clásica en casa, y eso me viene de entonces. También intentaron convencernos de que tocáramos música, así que hubo un interés por formarnos musicalmente, y que escucháramos cosas, pero ellos no eran particularmente

melómanos.

 



 

Tenían discos en casa, pero no tocaban ningún instrumento.
Tenían muchos discos en casa, sí. No, no tocaban nada. Mi padre había cantado en el seminario, cantos gregorianos y tal, y según se ve tenía buena voz. Bueno, eso lo dice él, yo no lo he comprobado nunca [ríe]. Mi madre no. Mi madre tiene un oído enfrente del otro. La mujer daba clases de EGB, y cantaba canciones todo el rato, porque es algo que venía con el curro, y lo hace muy, muy mal.

Mi madre también creía que cantaba bien. Debe ser una cosa de madres. Además, no se sabía ninguna canción, solo hacía lai-la-lairo-lai.
Cuando la gente cumple una edad, a partir de cuarenta años, se sabe tres canciones y las canta todo el rato, sin parar. Lo he visto en el curro, típicos secretarios o secretarias que cantan una sola canción, y encima se la saben mal. O sea, bájate la letra, o algo. Había una señora que trabajaba en Frigo conmigo y que en el “Mediterráneo” de Serrat, “...si un día para mi mal, viene a buscarme la parca”, decía “barca”. Como si fuese un servicio discrecional [ríe] de góndolas, que pasaba por allí.

Retrocedamos un momento a lo de tu padre en el seminario. Ese es un bagaje paterno bastante particular. Tu padre desertó del seminario, supongo. Quiero decir: aquí estás tú.
Sí, desertó, pero no es un comecuras ni mucho menos. Todo lo contrario. Mis padres son devotos católicos, fervientes creyentes, y uno de los ejes temáticos de las cosas que he escrito está relacionado directamente con este rollo. De pequeño sentía curiosidad y miedo por eso de la muerte, y en mi casa la cosa estaba bien clara: cuando mueras te irás al cielo, verás a Dios... “¿Pero Dios dónde está?”, les preguntaba. Y me decían que Dios no está en ningún sitio, que es un estado, no un lugar... En mi casa había una explicación teológica para todo ello. Y todo eso no me ayudó, vaya.

No existía una zona gris como la de mi casa, que cuando hacías la tercera pregunta sobre Adán y Eva ya te ganabas un pescozón y te mandaban a jugar a la calle. “Niño, no hagas tantas preguntas”.
No, cero. Había plena convicción y vehemencia [ríe] y ninguna zona gris.

¿Heredaste la vieja culpa del catolicismo? Es un atributo eminentemente católico, ese de la culpa.
Sin duda. Heredé la culpa, y otras cosas. Yo ahora le dedico mucho más tiempo a la filosofía que a la música, y este talante... ¿cómo te diría?... especulativo, me viene del catolicismo. La manera en que esa gente se formula las preguntas: fíjate que Dios es uno, pero luego no, que son tres... Todas esas patrañas. Y todo eso forma parte de mi educación, totalmente. He intentado deshacerme de lo peor, pero aún me queda algún resto.

¿Cuándo fue el momento de la apostasía? ¿Recuerdas si fue un momento catártico?
Hombre, recuerdo que nunca me lo creí del todo. Es una cosa que existe, pero que no se lo cree nadie. No sé si lo sabes. Eso no se lo cree ninguna persona, ni el Papa, ni ningún cura...

Quizás solo se lo creen niños de uno a cinco años, que son de talante así más crédulo.
Quizás niños, y alguna persona extremadamente ingenua. Pero en general no se lo cree nadie, así que hay una serie de subterfugios, de figuras retóricas, todo lo de la “fe en lucha”. ¿Qué quiere decir ese término? Pues que no te lo crees pero haces como que sí porque estás deseando creer. Lo que decía Unamuno [recita]: “Escúchame, Dios que no existes, y en tu nada recoge estas mis quejas”. Unamuno había desarrollado la fe en lucha. El hombre no creía ni nada, qué iba a creer, pero pensaba que se hacía así, que eso era lo que tocaba. Pues eso, yo no me lo había creído nunca, pero pasmosamente tarde decidí que ya estaba bien de hacer el gilipollas, que esto no podía ser y que no tenía ninguna base científica...

Define “pasmosamente tarde”.
Dieciocho años.

¿La misma edad en que empezaste a hacer tus pinitos musicales? ¿Quizás un clavo sacó a otro clavo?
Sí. Tal vez. Bueno, yo de niño había estudiado música. Canto y solfeo, un poco de armonía, pero nada muy serio. No era una base particularmente robusta. No sabía tocar ningún instrumento bien, y aún toco la guitarra muy mal. Pero nunca he dejado de estudiar canto. Bueno, ahora sí. Pero en los años que nos ocupan en esta entrevista no lo dejé en ningún momento ni dejé de leer partituras ni de estudiar teoría musical por mi cuenta.

¿Cuándo viste que tenías que mudarte a Barcelona? ¿Fue por razones musicales, del estilo “voy a buscarme la vida en el norte”?
En absoluto. Yo vivía en el Puerto de Santa María, como ya sabes, y era un niño bastante poco interesante. Tú me hubieses odiado. Era un friki solitario, con muy poco éxito social. Tú tal vez no tenías éxito social pero tenías un grupo alternativo, una pandilla, eso sí lo sé, que era lo que te daba la vidilla. Así que en el instituto la gente no te hacía ni puto caso porque no procedía, pero tenías tu tribu.

Y me refugié en el odio tribal, como tantos adolescentes antes que yo.
Pero yo no. Yo no me comía un rosco en ningún sitio, en la tribu tampoco [ríe]. Y ya está. Estaba deseando irme a Barcelona para romper esa dinámica negativa, y ese fue el caso, de hecho. Llegué a Barcelona, me inventé un personaje un poco distinto, un poco más “notas”, quizás no mucho más interesante pero en cualquier caso otro. Y aquí empecé a ligar un poco...

Te “reinventaste en la gran ciudad”, como dice el lugar común. Te teñiste el pelo, te pusiste pendiente...
Bueno, tanto como eso no [ríe]. Pero sí hubo corbatín [realiza el gesto de anudar una pajarita]. Toda una serie de gilipolleces. Me reinventé a Notas. Esto era el 1990/91, y ya para el 1992 tuve la epifanía de la cosa indie. La gira “Noise Pop” de Penélope Trip… todo eso me pareció una pasada. Me compré el EP de Penélope y el primer disco,Politomanía, y me pareció todo alucinante. Yo no había escuchado ninguno de los referentes de esta gente, no había escuchado a Dinosaur Jr. y conocí a Yo La Tengogracias a Penélope Trip. Pero lo primero que escuchas te parece una pasada, y tuve esa sensación con Penélope Trip en particular. La gente del Puerto de Santa María con la que yo mantenía contacto (yo cantaba en un coro allí) era gente normal, pero había cinco o seis que eran los modernos. Modernos de pueblo. Y, de hecho, montamos un grupo, y grabamos dos maquetas, que ellos aún tienen y espero que destruyan. Uno de ellos anunció lo de Penélope Trip. Lo que se hacía entonces era que cada uno se compraba unos discos y todos grabábamos discos de los demás. Recuerdo que el Exile in Guyville deLiz Phair en nuestra pandilla tenía tres caras en lugar de cuatro, porque uno se había equivocado y había grabado la tercera dos veces [ríe]. Así, las caras eran 1, 2, 3 y 3 otra vez. 

Hablabas de ser un “friki solitario”. Esa condición construye el mito fundacional de Astrud, según se cuenta en “Algo cambió”. El encuentro entre tú y Genís queda relatado como la alianza entre dos tíos raros sin demasiados lazos sociales, dos marginados que no encajaban en ningún lugar.
Cristalizó muy rápido. Luego, bajo una luz más agradecida, lo contábamos como que en aquel momento, fíjate tú, en aquella sala, en el 1995, había diez parejas de personas que iban a montar un grupo en breve. Pero igual no fue así. Igual lo que pasaba era queGenís y yo estábamos muy solos, y nos daba todo bastante igual, y éramos con mucha diferencia los menos guays de todo el Zeleste. Bueno, a Genís ya se le veía que era un tío bastante guay, con aquella pinta y aquel pelo. Yo era mucho más nerd. Ahora tiene un poco ese punto chic, pero en aquella época era nerd y punto. No era glamuroso. Pero bueno: fue muy fácil conocernos, y montar un grupo, con dos personas que no se conocían de nada. Podría haber sido un disparate, pero no fue así. Genís, que tiene esa gracia de persona genial, vio rápidamente en el concierto de Pulp que hacer la versión de Pulp era lo más fácil, porque la canción ya estaba escrita, y que con traducirla salíamos del paso, porque contaba bastante fielmente lo que nos había sucedido.

 



 


Tú siempre hablas de esa época con extrema nostalgia, pero, según creo, la nostalgia es para ti una fuerza paralizante, algo contra lo que luchar. Lo cuentas como un momento maravilloso, pero parece que no quieras regodearte en ello, porque ya pasó y es irrecuperable.
Yo sufro la patología de que todos los momentos ―cualquier momento, como cuando nos conocimos tú y yo, cuando me llevabas al bar extremeño aquel― los recuerdo como... Como lo que son, por otro lado, como muy importantes, formativos para mí, que explican cosas de mi vida posterior... Y tengo esa tendencia a ponerme épico sobre todo ello. Y es una tendencia que intento refrenar.

Esa es mi pregunta: ¿por qué? Para mí la nostalgia es una fuerza creativa, y la melancolía el motor de casi todo lo que hago; verte en el momento que estás haciendo algo, sabiendo que este momento será importante en el futuro, y que lo recordarás como algo crucial de tu pasado, con una cierta tristeza dulce. El presente como construcción del pasado, aunque suene a chifladura.
Eso está bien. Pero esa segunda parte yo no la tengo. Pensar en el presente como el futuro pasado que será, que explicará no sé qué movidas... Eso no lo tengo.

Te falta la parte del melodrama, vamos.
[Ríe] Sí. Pero por otra parte eso a ti te ayuda a crear, mientras que a mí no me sirve de nada. Yo solo estoy allí como un pasmarote, diciéndome: “Oh, qué guay era todo”. Aunque lo tengo más o menos bajo control. De esto hablaremos más cuando hagamos lo de Primera Persona. En el primer disco de Astrud (yo tenía veinticuatro años entonces) ya aparecía una canción llamada “La nostalgia es un arma” que hablaba de este tema en estos mismos términos. En ella Genís y yo estábamos elucubrando (en broma, y haciéndonos los listos) cómo se verían esos momentos formativos, fundacionales, al cabo de unos años, cuando ya hubiese pasado el periodo en cuestión y recordáramos cuando las cosas “eran raras y bonitas”. Como si ya hubiesen pasado los diez años de rigor. En aquel momento me parecía una cosa usable, útil y todo eso, pero luego hice un esfuerzo muy grande para librarme de esa nostalgia, que me parecía una rémora. Y ese esfuerzo era también para librarme de un tipo de contenidos e ideas que han soportado alguna que otra canción, que han sido el tren de pensamiento que acarreaba alguna cosa que he hecho. Lo que quiero decir es que haberme desembarazado de ello me ha quitado recursos. Ahora todo aquello lo veo entrañable y gracioso, pero ya no soy yo. No puedo hacer eso más, sería mentirme a mí y a los demás. Es una paradoja.

¿Te entristece tu yo anterior?
¿Cómo, en plan “qué triste era ese tío”? [ríe]

No. Más bien en cuanto a la melancolía por los años que nunca volverán. Y por la inocencia y la candidez perdidas, toda esa mierda.
Claro que me pasa eso. Me parece, para empezar, que era yo una persona más interesante entonces que ahora. Todo el rato haciendo canciones, todo el rato pensando; escribía gilipolleces, pero al menos escribía muchas. Hoy en día no escribiría esas canciones. No porque no me parezca que están mal hechas (algunas me parece que están muy bien, algunas me parece que están menos bien), sino porque estaría mintiendo, haciendo el penoso, el pastiche de una cosa que ya no soy. Pero el tipo que hacía aquellas cosas sí me parece una persona guay.

Pero otros cantautores se han adaptado a la nueva circunstancia de cuarentón deprimente. Jimmy Webb, por ejemplo. Y han cambiado su discurso.
[TajanteJimmy Webb no ha hecho nada. Jimmy Webb hizo todo lo que tenía que hacer, y eso lo sabes tú mejor que yo, en los sesenta y primeros setenta tuvo todos sus números uno, e hizo cosas muy chulas, pero no es David Bowie. O Bob Dylan, que me parece un pesado y tal, pero saca un disco, y después otro, y después otro... Jimmy Webb creo que era un tío más bien como yo [ríe], al que la cosa se le daba más menos bien, e iba haciendo el capullo. Decía que era compositor pero no lo acababa de ser mucho [se carcajea]... ¿No te parece?

Más que juzgar su calidad, con su ejemplo quería subrayar que existe un tipo de cantautores que sacan fuerzas y partido de su nueva situación, sea esta la maternidad o el abandono del showbiz o lo que sea.
Eso es verdad. Eso sí, y me parece una pasada. De hecho, la mayoría, la gente que realmente merece la pena, es lo que hace. O quizás no la mayoría, quizás haya dos tipos de artistas, unos que están muy ligados al espíritu de los tiempos, y otros que no. Jota me decía, cuando hablábamos de esto: “Manolo, tú nunca dejarás de hacer canciones...” [se detiene y vuelve a empezar, esta vez imitando a Jota, con los ojos entrecerrados], “Manoloh, tuh nunca dejarah de hace cancione, porque ehto [carcajada]... ehto no ze pue dejá, eh impozible”. Vale: seguramente para ti así sea, Jota, y ahí estás, sacando discos todavía, pero yo no. Para mí no es así de absoluto. Creo que hay cantautores o artistas en general que están reinterpretando su vida constantemente, como si fuera lo último que les pasa, y sacan temas de donde no los hay, y hay otros artistas que son efímeros. Les cuadran unas cosas, y las explican, y luego, si no vuelven a cuadrar, ahí quedó su historia, y cuando intentan hacer más cosas son distintivamente menos interesantes. Es una posibilidad que hay, y no pasa absolutamente nada. Tú y yo estamos de acuerdo en que una carrera de tres discos está estupendamente bien. O de cuatro, o de uno. Una persona hace una cosa muy chula, saca su disco, siete o quince canciones en su vida, y no passa res

Pero no lo has probado. No es que lo hayas intentado y te haya salido una porquería. Así como hacías canciones sencillas sobre no casarse o irnos al bar, podrías hacer canciones sobre... Bueno, tal vez no sobre cambiar pañales, pero sí sobre algo pertinente y extraído de tu coyuntura actual.
Ese es el problema. Mi vida actual es, en gran medida, la vida de un padre. Yo me dedico a cuidar de mi hijo, mi mujer está embarazada, ese tipo de cosas... Pero se puede hacer, claro que se puede. Un gran ejemplo de disco de treintañero casado con hijo es Graceland, de Paul Simon, con la canción que dice “My travelling companion is nine years old / He’s the child of my first marriage”. Habla de esto, de su hijo... Tonterías, pero, en fin, es una manera como cualquier otra de reencontrarte. Canciones sobre el hijo hay muchas; Parade tiene dos o tres, Sr. Chinarro tiene al menos una... La gente con hijos habla sobre el tema. A mí, solo de pensarlo se me abren las carnes. ¿Debería? Tal vez debería. ¿Podría? No lo sé. Tú tienes una novela que habla sobre hijos, y creo que eso es lo que hay que hacer; lo único que se puede hacer, por otro lado. Si no lo hago es porque me paraliza la vergüenza. Incluso ahora, pensando qué pasaría si escribiese una canción sobre mi vida cotidiana con mi hijo, solo se me ocurren gilipolleces tipo Marisol, como “la vida es una tómbola” pero en rollo padres. O sea, que no.

Jim Dodge me dijo una vez que él diferenciaba entre gente que tiene que escribir y gente que escribe. Él se incluía en los segundos. No sé si ese paralelismo se podría aplicar a ti, un tipo que hacía discos pero no sentía...
Ninguna compulsión, no. Efectivamente. Yo nunca he sido un artista con esa quemazón. Yo quería tener un grupo porque tener un grupo era una cosa guay, y resultaba que se me daba bien, podía hacer canciones y me era muy útil. Una cosa es que no sintiera la necesidad y la otra que no fuera bueno para mí. Lo era. Las canciones me ayudaban a entender cosas, a entenderme a mí, etc.

 

 

 

Tú que eres de ciencias, quizás podrías definir tu abandono del pop con una ecuación que fuese: Hartazgo + pereza + dudas artísticas.
Hartazgo sin duda ha habido, pero ahora mismo no diría que estoy harto del bisnes. Mis últimas dos canciones son del 2010, no puedo estar demasiado harto de la industria. De hecho, me apetecería hacer una gira, si tuviese canciones. La industria nos trató mal, pero como a tanta otra gente…¿cómo te diría?... normal. En seguida salimos disparados de la industria. Estuvimos en Virgin, que hizo un esfuerzo tibio que duró un año, y luego tuvimos una carrera independiente como tantas otras. Mi manager, amigos, compañeros de grupo... Todo el mundo me ha tratado estupendamente, no tengo ninguna queja al respecto. Pero lo otro sí: mandra por un lado, y luego verdaderas dudas sobre si tengo algo que comunicar a estas alturas. Esas son las dos razones, paralizantes ambas; sobre todo en conjunto.

Quizás también influye la inversión polar de prioridades que acompaña a la paternidad. Porque lo de hacer canciones sí era tu prioridad durante una época.
En efecto, sí lo era. Era lo que más hacía. Recuerdo, con “Superman” , que estaban por allí unas amigas de Genís en su casa, y les pregunté: ¿Se os ocurre algún verso que diga...? Ahora me parecería imposible preguntarle a la gente algo así. Era un momento en que era posible hacer cosas como esa. Esa sensación de libertad, de qué más da todo, totalmente positiva y necesaria. Pero poco a poco se fue complicando, y ya parecía que si no lo pensaba yo, esto no estaba bien, que tenía que decir cosas muy importantes, pero sobre todo que tenía que decirlas yo... Que hacer tonterías noventas sobre Superman... [carcajada] no podía ser. Y eso tiene que ver con tomarse demasiado en serio las cosas, creo. Es una posibilidad. Y eso es una desgracia que te lleva a donde me llevó a mí: a esta parálisis que estamos comentando.

Gil de Biedma, que debía ser un poco manta, decía que escribía para “haber escrito”, o algo así. Como diciendo que el proceso no, pero que haber terminado al fin la maldita cosa sí daba gusto.
Hay un momento en que la cosa empieza a rodar y entonces sí. A mí hacer canciones me parece muy difícil, muy cansado, al principio la cosa no ves por dónde va a venir, tienes una idea pero no... Y de pronto empieza a cristalizar en torno a dos ideas que tienes, que no te parecen del todo malas, y entonces sí lo pasas bien, cuando ya se trata de rellenar huecos con mayor o menor gracia. No me parece muy divertido escribir canciones, pero tampoco lo recuerdo como una cosa terrible. Y hay que tener en cuenta que una canción se escribe en una tarde; no era algo que arrastrases dos semanas. Yo, por lo menos, no lo hacía. Luego estaba retocando dos meses, pero el esqueleto se hacía muy rápido. Claro que me gustaba “haber escrito”, y tener ahora los discos que tengo en mi haber, estoy orgulloso de ellos. Los escucho y me dan muchísima vergüenza, pero bueno; intento no escucharlos nunca. 

Hablabas de “Superman”1. Para mí, como oyente y fan primigenio, aquello brotó de debajo de una seta. Quizás por no venir de vuestra tradición ni tener vuestras influencias me pareció una maravilla que carecía de antecedentes.
Bueno, tanto como tradición... Veníamos del indie pop, eso sí; pero estábamos improvisando. Yo quería hacer canciones resultonas, quería hacer pop precioso, atractivo... Genís tenía la idea moderna de pop de sampler, digamos, porque se había comprado un Ensoniq, que era el que usaba quien fuera que lo usaba, y quería hacer una de estas cosas de muestras que se van amontonando, y así suena “Superman”. Con teclados analógicos, que no hay ninguno, pero que él imitaba con teclados digitales (luego se compró todos los que tenía que comprarse y algunos más). Y entonces había una idea de sonido que era de Genís, y yo me empeñaba en tocar la guitarra acústica encima, con lo que la cosa tenía esa gracia, creo yo, de lo incongruente [ríe]. Pero si hubiese sido mi grupo, sin tener a Genís, yo habría hecho algo como los Posies. O sea: eso. Teenage Fanclub, subir a un escenario y empezar a hacer voces... Ese es uno de mis grandes pesares, no haber tenido nunca a nadie con el que realizar armonías vocales. No lo pude hacer porque la persona que encontré, por suerte para mí, no sabía hacer coros, pero sí muchas otras cosas muy chulas. No hubo contubernio en lo nuestro. Genís, tras el concierto de Pulp, iba por la calle con una hoja de prensa del grupo que haríamos, y cuando nos volvimos a encontrar unas semanas después, en un concierto de Le Mans, sacó la hoja de prensa y leyó: “Manolo y Genís han montado un grupo en que Manolo hace tal y Genís hace cual...”. Esa es la máxima premeditación que hubo.

En la historia del pop eso ha pasado a menudo. Primero se forma el grupo, y luego hay que justificar su existencia con unas cuantas cancioncillas.
No te creas. Las canciones de la primera maqueta estaban allí desde el principio. “Superman” la hicimos después pero la hicimos muy rápido, “Lemon Girl” la traía yo de casa...

Esta mañana he estado escuchando el EP y aún me emociona. Por supuesto, como sucede siempre en el puto pop, ya no sé si me emociona la canción o los recuerdos que tengo asociados a ella. El 1997 es uno de mis años favoritos.
Es un año guay, también para mí. Yo a ese EP no le veo muchos fallos. A mí “Normal” es una canción que me daría una vergüenza tremenda hacerla, pero la escucho y me digo: mira qué chico más majete, qué bien se lo hace venir todo [ríe]. Lo de fingirse hipocondríaco, qué bien hecho. En aquella época parecía permisible, especialmente considerando que Genís y yo teníamos veintipocos años. Lo de “No estaría mal...”, la idea de Genís de hacer eso tropical, tropicalista absurdo [ríe], estaba gracioso. Me impresiona, y quizás para mal. Todo eso, que en gran medida explica quiénes éramos cuando hacíamos canciones hace tantos años, no podría volver a hacerlo jamás. La razón por la cual somos famosos, en la medida en que lo somos (que es poco), se resume en una serie de canciones que en absoluto me representan, que si las toco en público tengo que hacerlo con una cierta distancia irónica. Como “Normal”. La canto encantado, y aún me sé los acordes, pero la canto como una canción mona que hizo aquel nerd que no se enteraba de nada.

El mito que ha perdurado es que entonces teníais que haber petado pero no petasteis. Que teníais que haber sido los Pet Shop Boys, pero que erais demasiado imprevisibles.
No sé si es verdad. Eso se contó así. Lo hemos reconstruido mil veces, y ya no lo recuerdo. Genís, que es el memorión, te diría: “eso no es lo que pasó”. Pero la impresión que me ha quedado, al menos, es que la gente escuchó el primer EP y pensó que lo que teníamos que hacer era un álbum de pelotazos pop como Pet Shop Boys, en efecto, donde hubiese algo para todo el mundo: unas para la gente a la que le gusta mucho la música, otras para la gente a la que le gusta menos. Y nosotros hicimos un disco extraño, con “Miedo a la muerte estilo Imperio”;el disco del grupo que éramos en realidad, vaya, y no el grupo que fingimos ser durante cinco minutos. Porque yo no soy eso. No se me da bien hacer pelotazos pop inapelables.

En aquel momento se interpretó como autosabotaje, cuando en realidad simplemente iba de seguir los dictados de la propia naturaleza.
Y una encomiable independencia. Pasamos de todo y no nos dejamos llevar por lo que comercialmente hubiese sido la decisión inteligente: intentar hacer más canciones como “Superman”. Y yo intentaba hacer estribillos, lo recuerdo, pero no eran suficientemente estribillosos para...

¿Los 40 Principales?
Uy, no, Dios me libre. Ni para eso. En algún momento se intentó que las canciones entraran, y ni por un segundo les engañamos. Los 40 no tuvieron ninguna duda al respecto. Me refería más bien a la comidilla de las revistas y fanzines del indie, los que inventaron la posibilidad de que Astrud fuese un grupo comercial. Pero en el mundo de los mayores, de los adultos, nunca existió esa posibilidad. En Virgin, que nos pagaron el primer disco y videos, me consta que Mariano Tejera 2 se vistió de cura, sin cobrar un duro, para llevar “La boda” a Los 40 para a ver si así colaba. Del rollo: “Si no tenemos el dinero, ¡agucemos el ingenio!” [ríe].

Debes tener un nutrido catálogo de historias de grupo más o menos exitoso. Estoy pensando cómo hacerlo para preguntarte solo por las espantosas, porque las buenas ya me las imagino. No sé, las partes que ponen triste: la adulación, lo que apela a la vanidad de un artista de una forma ridícula... Todo lo que es poco tangible y grotesco.
No te creas que tengo tantas. Yo creo que eso va con carreras de mucho más éxito. Lady Gaga estará llena de todo eso, de gente que la adula sin saber mucho por qué. Había, desde luego, gente que venía a entrevistarnos sin tener ni puta idea, gente de mi edad de ahora que quería caernos bien, y me daban mucha pena, porque eran señores mayores que querían acercarse a una cosa que les parecía interesante y atractiva, pero poco más.

Pero en el fondo, pese al poco éxito, estabas de gira, haciendo cosas de grupo pop de gira, con todo lo que imagino que eso conlleva. Alteraciones pasajeras de la perspectiva que uno tiene de sí mismo.
Pero lo de ir de gira era muy guay. Yo recuerdo las giras de Genís y yo solos, con un teclado y una guitarra, y Genís pegándose unas palizas tremendas de once horas porque yo no conducía, y tocábamos en Cáceres, y los chavales de por allí nos hacían caso, y hablábamos del pop y sus estrellas, y luego nos volvíamos por donde habíamos venido. Y luego con Eduard, nuestro bajista de siempre, por la noche, hablábamos de libros que habíamos leído, y era como estar de campamento con tus colegas. Pero que eso fuera unido a “¿A ver si al final va a ser que soy un puto genio?” [ríe], eso no. Nunca me ha pasado porque nunca me lo ha dicho nadie. Nadie está tan loco. Nunca he ligado mucho, por añadidura. De vez en cuando te viene un cuarentón a quien se le va la olla, y luego una groupie a quien se le va más aún la olla. Pero nada como para que uno pierda la cabeza.

Existe una visión malentendida de Astrud como grupo pretencioso. Cuando en realidad yo siempre os he visto como un par de tíos con sus bromas internas riéndose de todo lo pomposo. O sea, cómo no ver lo de “depresiones Biedermeier” como guiño cómico.
Es bastante fuerte, pero por otro lado lo entiendo. En ninguna canción lo que explico es lo que yo siento. Lo que intento es reconstruir sensaciones, sentimientos o procesos mentales que me fascinan precisamente porque no son los míos. Más pomposo que “La Música de las supercuerdas (Retrato de Marc Casas)3 ” no hay nada, pero la idea precisamente era presentar a una persona, Marc (que no es así en realidad), como si fuera alguien obsesionado con estas divulgaciones científicas, y lo viera todo en esa clave, e imaginara que son cuerdas de verdad. Y me parecía divertido. Pero desde luego de lo que no trata es de yo intentando explicar la física de las supercuerdas a la vez que intento explicar una movida francesa que... [Soliviantado de repente] ¡Obviamente que no es eso! ¿Cómo cojones va a ser eso? ¡Qué vergüenza más grande! Las declaraciones pomposas de verdad me parecen ridículas, patéticas y cuando les echo mano es para reírme de ellas, o para comentarlas, o porque los personajes que las verbalizan me parecen graciosos.

Últimamente le doy muchas vueltas a lo de ser comprendido. Hasta qué punto te puede obsesionar que la gente entienda exactamente lo que quieres decir, o permites que la gente tome de ello lo que les salga de las narices. Quiero decir que aún me sorprende ver que alguna gente ha entendido al revés cosas de mis libros, y, coño, no soy precisamente Joyce. Hago novelas ligeritas, de aventuras.
[Ríe] ¿Pero entonces el Pánic se cayó o no se cayó, por la...? Yo creo que lo que sucede es que la gente presta muy poca atención. Y cuando digo gente me refiero a gente como yo. Ese es un hecho aleccionador. Las cosas son evidentes para ti, porque llevas trabajando en ellas mucho tiempo, y sabes que tu intención era esa. Por ejemplo: a mí me parecía evidente que una canción como “La última” era, como todas las demás canciones que he escrito en mi vida, sobre un tipo realmente ridículo que se ha obsesionado con esta idea tonta de “Eh, me tomo una cerveza, pero... [pone cara de intenso] ¿Será la última cerveza?”. Pero ¿tú eres tonto o qué, macho? Y va por la calle como intentando pisar despacito por si es la última vez que... Y me parecía gracioso pintar a una persona que había perdido los papeles porque se había obcecado con una de esas cosas de filosofía de galleta china. Bueno, pues mucha gente me ha venido a decir: “Esa canción me ha hecho pensar un montón”. Vale, quizás esa sea una lectura válida, y si te ayuda, adelante, pero desde luego no es lo que estaba pensando cuando la escribí. Lo que sí aprendí (y quizás eso sucede más en el pop que en las novelas, porque en el primero hay más feedback) es que lo que tú has intentado decir no cuenta, y que al final va a quedar lo más fácil, o lo que cuela, o lo que cuadra con lo que ha sucedido esa semana.

 



 

Me atrevería a decir que también sucede porque alguna gente no tiene sentido del humor. Así, directamente. Y ciertas frases de humor sutil, basado en el eufemismo, o la sutileza, las toman con completa seriedad. Es decir, al revés.
Eso es verdad. Pero también es injusto, porque en una novela quizás tengas más sitio para explicarte y dejar entrever por dónde vas, pero una canción es muy fácil tomarla en sentido literal. Hay pocas pistas contextuales. No estás viendo al autor guiñando el ojo y haciendo así con los dedos [gesticula el movimiento batidora de índice y corazón]. Esto no existe. Por lo tanto, es comprensible que suceda. Yo tengo entendido, porque me lo ha contado Genís, y a él se lo contó Nacho Canut, que una canción como “Autosuficiencia” de Parálisis Permanente está hecha por completo de forma irónica. O sea, de cachondeo total. Y cuando la escuchas, te dices: claro. Obviamente es así. Pero me da la impresión de que para tres generaciones de siniestros del país ese es un himno completamente grave.

La toman con seriedad sepulcral, y nunca mejor dicho.
Sí. “Me corto con cuchillas de afeitar”, ja, ja. Y estaban allí el Benavente, y el Canut, los mismos que hacían canciones de broma con Dinarama, y la canción va a ser en serio, ¿no? Es muy difícil que esas canciones se entiendan bien a la primera.

A la vez, tú siempre has defendido ser comprendido. Utilizando recursos como la ironía o la hipérbole o lo que proceda, pero diciendo cosas. Una vez me comentaste que las letras auténticamente incomprensibles eran las de los fenómenos comerciales, como El Sueño de Morfeo o La Oreja de Van Gogh, que son solo conceptos oníricos que no significan nada.
Exactamente. Lo que estaba intentando describir es una posibilidad de error que hay en la falta de pistas conceptuales que lleva una canción pop. Cuando José Mota dice algo, ya sabes que hace cachondeo, cuando lo dice Punset es que es en serio, pero en una canción pop nunca está directamente claro. El pop introduce un cierto nivel de ruido, de dificultad de comprensión, pero que al final es incomparablemente menor que el que introduce la absoluta falta de interés por comunicar cualquier cosa. Cualquier canción de esas de mierda que solo dicen gilipolleces, pero solo porque es texto simulado, solo sirve para que una estrofa suceda a otra, no hay ningún interés en comunicar nada.

Es la escuela “American Pie”, de Don McLean.
Sí y no. “Drove my Cheeve to the levee but the levee was dry” no se entiende, vale, y Don McLean sería el primero en admitirlo. Pero la canción va de algo. Lo que hacen esos hijos de puta es peor: es mantener la ilusión de que se está hablando de algo, de amor y tal, y eso es mucho más insidioso, porque la gente cree que eso es la profundidad. Esto pasa en literatura y en todas partes. Yo tengo más paciencia que tú con lo incomprensible en literatura, eso ya lo sabes, mis autores favoritos dan risa de lo plúmbeos que resultan: me gustan mucho Juan Benet, José Lezama Lima, Agustín García Calvo cuando escribe prosa, y son autores que pierden completamente el oremus, y el hilo de lo que están contando, y eso me parece bien. Pero es un extremo de hacer las cosas que tiene su otro extremo en David Bustamante y su falta de interés porque se le entienda. Ahora no le sigo, por supuesto [ríe], pero hace años, cuando era la época de OT y a todos nos hacía una gracia tremenda (cuando digo todos quiero decir a mí mismo), cantaba una cosa que decía “...y me miras con esos ojos de cristal”. Estoy convencido de que el autor de la letra estaba convencido de que hacía una imagen que hablaba de la transparencia de la mirada de la niña, o lo que sea, pero... O sea [carcajada], ¿“ojos de cristal”? ¿Un ojo de cristal?

Quizás la niña era Sammy Davis Jr.
[Triple carcajada. Toma aire] En fin. 

Creo que Gran fuerza y Performance dejaron bien claro al público que erais raretes. Que no esperaran cosas normales, porque no ibais a encajar nunca en un tipo de pop convencional.
Pero nos iba de puta madre, qué más da. No diré que nunca he querido que mucha gente me escuchara y apreciara, pero sí que el contingente de indies intensos y a menudo tristones que ha hecho el esfuerzo de escucharme y entender lo que decía es suficiente. Siento un cariño y un respeto y una gratitud enorme hacia la gente que ha hecho el esfuerzo de entender esas canciones a lo largo de estos años, y una de las cosas que compensan inmensamente son esas personas que tienen mi edad y están por Twitter todavía, y han dedicado su tiempo a asimilar estas canciones, a preguntarme qué pasaba con esto y aquello. Esto es una pasada y una suerte, ya lo sabes tú.

También creo que un gran atributo de Astrud era que no solo os escuchaba ese perfil de indie empollón y desesperanzado, sino que había un potencial para llegar... Quizás no a gente de radiofórmula, pero sí a tipos y tipas que no eran entendidos ni esceneros, pero a quienes lo vuestro les parecía pegadizo, y audaz, y divertido.
Eso es verdad, y eso sí que cuesta. Es verdad que en ningún momento alcanzamos la medida de Los Planetas, pero sí que cualquier universitario, creo que incluso hasta el año 2002, cantaba nuestras canciones. Como Pavement, que eran un grupo de college radio, ¿no? Yo recuerdo (aquí viene otra de nostalgia paralizante) con disgusto (porque no quiero regodearme en ello) cuando íbamos a tocar a Valladolid, por ejemplo, y Eduard y yo (Genís siempre se iba a dormir) acabábamos en casa de unos estudiantes que tenían un piso allí, y esa sensación de asomarse a una vida que es efímera, porque los pisos solo son suyos durante un año, y de que no puedes volver a ellos, porque ya no hay nadie que tú conozcas, y la ciudad cambia completamente con cada curso... La suerte de vivir algo así la tienes cuando interpelas de alguna manera a esa gente, y opinan que merece la pena escucharte, y oficias de especie de conciencia pública compartida... Todo eso está muy bien.

Te conviertes en su voz. Como Pete Townshend, que conscientemente decidió convertirse en la voz de una determinada subcultura (los mods) y verbalizar lo que ellos no habían verbalizado.
Algo de eso he leído alguna vez, sí. Por otra parte, Genís decía siempre que el infierno me lo había ganado por dar cobertura ideológica a los capullos que afirman que “Minusvalía” les define. Gente que cree que el pedazo de cabrón de esa letra es alguien hilarante con quien compararte, “eso me pasa también a mí” y tal. Bueno, si eso también te pasa a ti háztelo mirar, colega, porque es una persona bastante chunga.

 



 

Antes comentabas alguna canción tuya que te gustaba menos, y quisiera que me hicieras “biografía de tus vergüenzas”, como diría García Pavón. ¿Qué parte de lo tuyo te sonroja más?
Canciones malas hay para aburrir. “Riqueza mental” es muy mala. Conozco a gente a quien le gusta, pero no entiendo por qué. A parte del hecho que está basada en un anuncio (¿en qué estaría yo pensando?), y que encima no era irónico, porque era un anuncio que me molaba... Eso encaja, en cierto modo, porque la canción no está muy bien, nunca acaba de arrancar. Entiendo la idea que tuve, y quizás se podría hacer bien, pero desde luego no es el caso. Como esa, que para mí es la peor canción que tenemos, hay varias. “Acordarnos” es también bastante mala. La idea no está mal (porque no es mía, es de un cuento de Julio Cortázar), pero la ejecución es penosa [ríe]. “Como no tengo nada que decir, voy a tirar por ahí, chas, pim-pum, bocadillo de atún y todos para casa”. Y es mala de narices. Son las dos peores con diferencia. Y el disco de versiones, Lo nuevo, no lo hubiera hecho jamás, las dos nuevas tampoco son muy buenas. Es la típica cosa que de pequeño dije que nunca haría: reempaquetar el material y reeditarlo en un nuevo formato. Pero Genís me convenció, y yo me convencí, y todo el mundo me dijo que era una idea estupenda. Y, cómo no, al final mi yo pasado resultó tener razón: eso no iba a ninguna parte y era una mala idea. Pero yo que sé, un solo disco del que me arrepiento no está tan mal, visto en conjunto. En todos hay canciones que no, arreglos que no acabo de ver... Lo flipante, con todo, es que haya cosas que aún me gustan.

Ahora iba a preguntarte eso: las favoritas. Esas en que encaja todo lo que querías decir.
Bueno, de esas no sé si hay, que encaje todo bien. No existen. Pero canciones con trozos buenos hay muchas. “Minusvalía” está muy bien, por ejemplo.

¿Te repugna “La boda”, uno de vuestros clásicos más queridos por la ciudadanía, o te gusta aún?
“La boda” está muy bien. Era una época en que intentaba hacer canciones más sofisticadas, y esa es musicalmente más sofisticada que otras, la manera en que habla sobre la pena que da que pasen las cosas, a través de la voz de un amigo, eso creo que está bien encontrado, y también la litote esta de “No os caséis / Vámonos a tomar algo”. La producción de Madelman es muy graciosa. Con esa canción no tengo muchos problemas. ¿Tú sí, o qué?

No. Pero me sorprendía el furor que despertaba siempre en directo. Para alguna gente, aquello era sin duda alguna EL HIT.
Lo de “No os caséis / No os caséis” es algo tan extemporáneo. Alguna gente, volviendo a lo que comentábamos sobre ser malentendido, me preguntaba si yo estaba en contra de las bodas. ¿Pero no es evidente que estaba hablando de otra cosa? Cuando me casé, algunos listos me dijeron: “Ah, al final te has casado, tú que estabas en contra de las bodas” [niega con la cabeza]. En fin.

En el mundo del fan del pop existen una serie de clichés que todos repetimos: “la canción era tan buena que tuve que parar el coche y escucharla”, “esta canción me salvó la vida”, etc. Respecto a lo segundo, en realidad creo que pocas canciones llevan a la curación como tal, pero a mí sí me curó una: “Los otakus”.
Pues eso está muy bien. Esa una suerte que tengo yo, como artista que soy o he sido. Yo recuerdo que “Los otakus” la toqué una vez en un concierto que hicimos con los Brossa, antes de ser Astrud y Brossa, y toqué “Los otakus” en un piano bastante desafinado que había en el Llantiol, y un chico al final soltó un suspiro enorme que parecía decir: “Joder, qué fuerte, era esto”. Y pensé: “esto le ha ayudado, ¿ves?”.

Ese suspiro justifica tu carrera, casi.
Sí, tío. Paré el coche para escuchar ese suspiro [ríe]. En “Los otakus” conseguí otra cosa que ya no tengo claro que sirva para nada: cuando sientes algo que no sabes cómo explicar, y consigues imitar ese sentimiento en una canción. O sea: imitas una cosa que no entiendes con otra que no entiendes, pero las pones juntas de una forma en que eso ilumine a ambas. Ahora ya no tengo tan claro que eso merezca la pena hacerse. En elRayuela de Cortázar hay un pasaje que explica lo que se siente cuando eres un niño y vas a una fiesta de cumpleaños, y te enamoras de una niña desconocida, y cuando te vas, el corazón es “como una fresa”. O sea: explica la sensación de que no la vas a volver a ver más, porque tus padres son padres y no se van a poner en contacto con sus padres. Y el corazón “es como una fresa” significa que se hace pequeño, y lleno de jugo, y tal, y está bien explicado, pero, ¿por qué? Porque una fresa-una fresa no es [ríe]. Son dos cosas que no se entienden en contacto. Hello Cuca y ahora Lidia Damunt lo hacen todo el rato. Y eso es una cosa que sirve para el pop, y lo he perdido. He perdido contacto con esa obvia operación artística.

O sea, que no vas a volver.
Seguro que sí. Me parecería increíble no hacer ninguna canción o disco en lo que me queda de vida. ¿Vas a volver? Sí. ¿Pero vas a volver mañana? No. ¿Pronto? No me da esa impresión, no. Ahora mismo no tengo nada que decir.

1 Hit del primer EP, de 1997.
2 De Virgin, luego Sinnamon, y finalmente mánager de Astrud.
3 De su último disco con el Col•lectiu Brossa. Era una antología de canciones de toda su carrera retocadas con zamfonas y marimbas, e incluía dos canciones nuevas: “La Música de las supercuerdas (Retrato de Marc Casas)” y “Lo popular (Retrato de Adrià Grandia)”. .

Il·lustració de portada: Carlos Leoz 'Carlotto'
Fotografia interiors:  Lluís Huedo
Text: Kiko Amat
Correcció: Joanaina Font


 


 

 

 

 

 

 

 

 

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