Lo de que lo bueno se hace esperar no es un dicho baladí. Es una verdad como un templo. Hacía mucho tiempo que no teníamos noticias de esta banda barcelonesa, devotos de la chanson y del pop de efectos ensoñadores y atemporales. Por eso recibimos con entusiasmo y, al fin, el nuevo trabajo de Les Très Bien Ensemble. Compaginar el trabajo de Philippe des Fraisons (ex Fresones Rebeldes, y actualmente a la cabeza en Cola Jet Set), las giras europeas, algún nuevo fichaje en la formación (sale Paul Aroid, pero entra Charles Gasqué o, lo que es lo mismo, Gasca) y macerar un estilo que se consolida con este segundo álbum, nos ha traído unos años más tarde de lo que queríamos: Rougeole. Pero sabio es el refranero popular, ya os lo decimos, y ha merecido la pena.

Nos encontramos con un segundo disco que, aun presentes referencias que encontrábamos también en su debut, que van del pop francés de los 60-70 al sonido californiano, del pop más clásico a coqueteos con el dreampop; define su estilo en composiciones que buscan un perfecto acabado manteniendo una sencillez grácil y natural. Pop. Con coros y arreglos de cuerda y viento aquí y allá. Con guitarras que ciegan reflejando el sol californiano o rasgueos entre notas y acordes más o menos ye-yés y del todo afrancesado que, ordenados y alternando cadencias, dan cobijo a la singular voz de Suzette. Ella nos enuncia, nos canta y nos susurra, letras esmeradas que, al tiempo y sobre el tiempo, nos enamoran en francés. Sarampión (que se titula el disco) de la ilusión y la esperanza, de la desesperación y la desazón y, por supuesto, de la nostalgia y del amor. Como si mezclásemos a Serge Gainsbourg o Brigitte Bardot con Françoise Hardy, pero también con Sambassadeur, Dominique A o Stereolab. Son especialmente contagiosas Sahara (de la que no te pierdas el vídeo), Prière y Respire, tres de un sarpullido de doce canciones para las que no nos vamos a vacunar.

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